Hace cinco meses casi exactos empecé a tirar con arco. La culpa la tuvo @diacritica, que dio un taller majísimo en la EstelCon 2019 y convirtió lo que siempre había sido un vago interés en una cuasi-obsesión.
Ponerse a tirar con arco a estas alturas de la vida es… la verdad es que es bastante habitual por lo que he estado viendo. Aunque cada uno se la toma de una manera y no deja de ser una afición peculiar, hay bastante gente que la toma como hobby alternativo en lugar de, por ejemplo, la colombicultura. Otros la rescatan del cajón de las aficiones pasadas; otros la pasan a sus hijos o sobrinos. Otros la adoptan como manera de hacer actividades en pareja sin cansarse mucho.
Yo me puse a aprender arquería porque me parecía bonito y porque @diacritica cometió el error de dejarme tirar un par de flechas en el taller antes mencionado. O sea, que lo mío fue un flechazo (en la cabeza no, que estoy escribiendo).
En esos casos una quiere correr y ponerse a tirar flechas como una loca, y a ello me apliqué a la vuelta de la EstelCon, con más entusiasmo que cerebro. Apabullé a @diacritica a preguntas, leí su blog Aljaba casi de principio a fin, busqué en internet, encontré un curso, sorteé a base de tozudez los extraños requisitos burocráticos, y me matriculé. Mientras esperaba, con poca paciencia, el inicio de las clases, empecé a leer sobre anclajes, sueltas, spines, cuerdas, fismelles, encoques y otros arcanos del mundillo. Me enteré de que si quería tirar por mi cuenta debía hacerlo en un campo autorizado, estar federada y pertenecer a un club. Me vi Brave unas catorce veces, sacando la conclusión de que tirar con arco está chupao. Y finalmente llegó el día de mi primera clase.
El profesor me puso en la mano un arco de iniciación, me señaló un parapeto a 8 metros de distancia y me explicó un par de cosas básicas. Casi todas las conocía por el taller de @diacritica y por mis lecturas compulsivas al respecto, pero una cosa es predicar y otra dar trigo. El arco, de 26 libras, no era difícil de abrir; pero nada tenía ningún sentido a partir de ahí. Si miras a un sitio la flecha va a otro, el cachopedazo de madera que tienes en las manos se mueve para todos los lados, la flecha se cae de un a modo de ganchito de plástico sobre el que tienes que colocarla y hay que tener en cuenta tantas cosas a la vez que el cerebro cortocircuita. Me había puesto mal el protector del brazo del arco y me llevé un par de pellizcos hermosos de la cuerda que más tarde dejarían un par de cardenales del tamaño de ciruelas. Mi mayor miedo, no darle al parapeto, no se materializó.
Me lo pasé genial. Terminé la clase con los brazos y hombros doloridos pero el cerebro activado, pensando en cómo hacer funcionar todo el volquete de instrucciones que tienes que tener en cuenta al tirar. Examiné a otros arqueros que tiraban en varias modalidades, pensando si la que mi corazón había elegido ya en el taller era la más adecuada para mí. Y esperé a la siguiente clase sabiendo que había descubierto algo muy, muy interesante.
Así que esperad más entradas al respecto. Porque la cosa no había hecho más que empezar.
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