Un día me tenéis que recordar que os cuente lo de las dos puertas en la casa vieja del pueblo. Que no es porque pasara nada, es solo una de esas escenitas de vida de pueblo que me gustan.

Hoy no porque algo tengo que tener en la recámara para otros días de sequía y porque estoy aquí escuchando obsesivamente todas las versiones que internet me ofrece de «Balada para mi muerte» (me apetecía, ¿qué pasa? Tengo un finde piazzolano) e intentando resolver un criptograma que me trae loquita.

Estoy, en suma, domingueando y dominguear es mala cosa para largas entradas sesudas del blog. Ya hace fresquito del que te hace desear calcetines a estas horas y la plaza ha reducido su volumen a un murmullo más agradable que otra cosa y lo que te apetece es ver cosas sin mucha trascendencia. Bueno, no sé a vosotros pero a mí sí, así que me permito esta entrada sin sentido ni propósito. No es, ni de lejos, la primera.