El lunes estuve de viaje. Llegué tarde al hotel, y cuando llego tarde suelo pedir una cena ligera en la habitación e irme a la cama tan pronto como lo permitan las buenas costumbres que idealmente se reducen a no meterse bajo las sábanas con zapatos. Si el menú del hotel lo ofrece, suelo decantarme por un sándwich vegetal. Esto entra en contradicción directa con lo de «cena ligera», pero una es esclava de las palabras y «sándwich vegetal» suele evocar un plato de algo fresco y ligero, crujiente y jugoso a la vez.

En España no tenemos nada claro el concepto de «vegetal». El de «sándwich» sí, un poquito más. Pero el de vegetal no. Según dónde estés, pedir un sándwich vegetal querrá decir que te van a poner delante una extraña construcción hecha a base de lechuga correosa, tomate acuoso, tristes hilos blancuzcos de espárragos con la resistencia del nylon, migas de atún más o menos marrón y unas rodajas de huevo duro rabiosamente resecas. A veces viene rociado de una baba purulenta y acidulada que llaman mayonesa con evidente sentido del humor. Si estás en Canarias, además, te lo pasarán por la plancha, porque la lechuga a la brasa se ve que tiene más prestigio.

El lunes no fue una excepción, salvo que mi triste descripción de arriba no se cumplió porque estaba en León y en León saben. Así que el único problema que tuve fue arquitectónico, para demoler semejante triunfo culinario sin derruirlo. Pero mientras masticaba huevo y atún pensaba en cómo llamamos vegetal a algo tan animal y me imaginaba que a lo mejor estos hoteles tienen huertos de atunes y plantaciones de huevos, mantenidas amorosamente por el eficacísimo e invisible personal. Huevos ya hervidos, pelados y brillantes que crecen a partir de flores maduras y amarillas como las de los calabacines y son recolectados en cestitas con mucho mimo. Surcos de atunes musculosos y acerados, listos para recoger tras semanas de abono y cuidadoso escardado (¿de qué? ¿de merlucitas invasoras?). Quizá incluso (para los más gourmet) macetitas de huevas que crecen en racimillos cristalinos, para adornar. Y también, por qué no, plantaciones de rebanadas de pan de molde: arbustos altos de hojas cuadradas y esponjosas que hay que recoger en el momento justo para que no resequen ni se pongan verdes.

Qué queréis; estaba cansada.