Quienes me soportáis en Twitter sabéis que desde el otoño pasado tengo un compañero de aventuras: un joven gato callejero que a sus tiernos cinco meses de edad decidió que mi sofá sería su sofá y mi cama su terreno de juegos. Como era rubio, buena persona, tranquilo en una crisis y tenía mucho éxito con las mujeres, lo llamé Watson.
Watson ha resultado ser todo lo que prometía y más, pero no quiero aburriros con historias de mira qué mono es mi gato. Principalmente porque no hace falta. Pronto me di cuenta de que Watson es perfectamente capaz de expresarse por sí mismo, así que, en una inversión irónica de los relatos del agente literario Sir Arthur Conan Doyle, me estoy limitando a ser cronista de sus aventuras.
La cosa empezó modestamente. Así:

Es muy coherente que la primera aventura de Watson consistiera en Watson no haciéndome ni caso.
Poco a poco quedó claro que Watson sabía que era, e incluso deseaba ser, la estrella de estas pequeñas aventuras.

The game is afoot! So is the cat.
A partir de aquí la cosa se puso cada vez más divertida. Lo veremos en próximas entradas, que tengo en reserva para evitar, en la medida de lo posible, los largos periodos comatosos de este blog.
El juego empieza, queridos lectores.
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