El otro día me empezó a doler la garganta, en lo que parecía un amago de resfriado primaveraniego, o así. De esos que se tienen que llevar con paciencia y aspirina y que dan algo de lo que hablar frente a un café, ya sabéis, «Esos son los peores, no se curan nunca», «Mira que me fastidia», «Pues a mí me dan sólo en verano», «¿Visteis el partido?» (las charlas frente a un café no se caracterizan por mantener mucha coherencia interna). Así que allí me quedé, incubando.
Lo malo es que el pollito que surgió adoptó la forma de una infección de amígdalas de las de portada en prensa, no exagero nada. Me imagino incluso los titulares:
«La mejor infección bacteriana desde 1666»
New York Times
«Sin duda ha venido para quedarse: un clásico de nuestros días»
Chicago Tribune
«Epidemiólogos, ¡no se la pierdan! ¡Jamás han visto nada igual!»
The Sun
«Tiene todo lo que ha de tener una infección, y toda una nueva gama de síntomas que hará las delicias de profesionales y aficionados»
The Times
«Magnífica»
El País
«Si fuera bacteria, querría estar en esta infección»
Marca
¿Exagero? No me lo pareció al día siguiente, cuando el leve dolorcillo se convirtió en una agonía constante en la que los valles estaban a la altura de Perú y los picos, que ocurrían al tragar saliva, dejaban el Everest como una tortilla. Y mira que una es chica sana y garrida, pero tras una mañana de aguantar la inflamación y la fiebre, me harté, sorteé ineptamente el sistema telefónico de pedir cita, y me fui al médico.
El ambulatorio solía ser un lugar de espanto alicatado, todo fundas de plástico, cromo picado y linóleo, con las humedades asomando por el falso techo y en las expresiones mohosas y adustas del personal. Las cosas cambian: ahora es un aseado local de aluminio blanco y bancos ergonómicos de madera rojiza, con plantas en una especie de pecera gigante, y los carteles habituales de información y prevención, que siempre parecen descoloridos aunque estén recién impresos. No es exactamente Versalles, pero la depresión no te atenaza nada más entrar, lo cual ya es mucho. Lo hubiera apreciado más de estar en otras condiciones, claro, pero no se puede pedir todo. De modo que me acomodé -es un decir- en el banco de madera, me puse un audio de la BBC (Doctor Who) para no tener que hablar con nadie, y esperé.
La médico me recibió como a una amiga de la infancia y me preguntó qué pasaba.
-Mnge ngduele la gangangta -gangueé con dificultad. La inflamación había aumentado hasta extremos de ciencia ficción y alguien me había metido un martillo pilón en la cabeza. La médico dijo algo sobre que parecía que había bastantes casos de amigdalitis, «con este tiempo que estamos teniendo», y me preguntó si me pasaba a menudo. No desde los once o doce años, dije indistintamente.
-Vamos a echar un vistazo -dijo ella, vivaz. Me senté en la camilla, ella empuñó el depresor, y yo empecé a abrir la boca. No llegué a abrirla del todo; no hizo falta.
-Hala -exclamó la médico-. No hace falta el depresor.
No hacía falta; la pus se veía a distancia orbital, y las glándulas estaban tan inflamadas que parecía que me había tragado el Koh-i-Noor. Salí de la consulta empuñando una receta de antibióticos y con cierto cauto optimismo ahora que los recursos de la farmacología estaban a mi alcance.
En la farmacia me dieron una caja de antibióticos (Augmentine), me desearon que se me pasara pronto, y yo me fui a casa a empezar el tratamiento: dos pastillas por la mañana, dos por la noche, antiinflamatorios para los síntomas. Lo normal.
Salvo que las pastillas tenían el tamaño de un submarino. Dado que a esas alturas me hubiera visto en apuros para tragar un grano de comino, me dio la risa floja. Cosa de la fiebre, imagino.
Por no hacerlo tedioso, nos saltaremos las horas de aplatanamiento general en el sofá y la batalla psicológica para mentalizarse cada vez que había que tragar algo. Nos saltaremos también los extraños y psicodélicos sueños febriles (llenos, claro, de Doctor Who), y la inexistente capacidad de concentración que hacía un reto intelectual de las cosas más sencillas, como abrir un bote. Baste decir que a los cuatro días de tratamiento yo seguía igual. De modo que vuelta a los pasillos blancos con plantas en peceras y al banco de madera, cada vez más incómodo.
Tenía dos médicos a mi disposición esta vez, dos. Mi médico estaba un poco desbordada y un compañero estaba ayudando con el despacho de recetas. Llegué, le recordé quién era y qué me pasaba, y le dije que probablemente me había dado gominolas en vez de antibióticos, le puede pasar a cualquiera. Me preguntó -tal es el arte de la conversación en este bendito país- si no había mejorado, le repetí que no, volvimos a la camilla, volví a empezar a abrir la boca. Esta vez fue mejor aún: los dos médicos a la vez retrocedieron medio paso con un respingo.
-Hala -dijeron a coro.
-Sí -dije, viéndome incapaz de mejorar su apreciación de la cosa.
-Qué raro que el Augmentine no te funcione -me dijo luego la médico, escribiendo febrilmente en la receta-. Es el tratamiento primario.
Yo podía oír a mis bacterias (¿existe un síndrome de Estocolmo médico?) partiéndose de risa con el Augmentine. Me encogí de hombros. Primario o no, la genética es una cosa maravillosa. Y las bacterias resistentes son fascinantes. Muy [CENSORED] cuando te pillan, pero fascinantes.
Es curioso esto de la medicina. Salí de allí con otra receta para otro antibiótico, en pastillas unas quince veces más pequeñas que el anterior. A la segunda dosis rompí a sudar como una fuente, a la tercera la vida tenía sentido de nuevo. A los dos días mi garganta admitía sólidos. Mis amígdalas volvieron al tamaño normal, las bacterias se batieron en franca retirada, mi cabeza se despejó y mi aplatanamiento desapareció. Doctor Who salió de mis sueños. Volví a cantar en la ducha.
De modo que esta vez, que conste, tengo excusa.
¿Por casualidad no se llamaba Cuddy la primera médico y House su acompañante el segundo día? 🙂
Je, eso iba a decir yo, Chui. Lo del salto atrás es todo un punto.
Me alegro que estés mejor. Y de que vuelvas por estos andurriales.
Y felicitarte por escribir tan bien, por qué no. Haces que pasar por una agonía cotidiana sea algo hilarante (de leer, ojo).
Eso sí, espero que termines el tratamiento completo, no sea que crees una cepa polirresistente 😉
Ahora los médicos me parecen todos amables y discretos (comparados con), aunque quizás poco competentes.
¡Que haya alivio! 🙂
¡Daurmith ha vuelto en forma de Princesa Amígdala!
webensis xDDD
para no tener que hablar con nadie
¡Frase muy House, sí señora! Tendrías que haberte puesto a jugar con la Game Boy 😛
Pues eso, que te recuperes, estés bien y bla bla 🙂
Ay mi madre. Y yo me quejo de mis médicos. A ver cuándo les dan horarios para ocuparse de los enfermos en vez de para que se impresionen y pongan grito en el cielo. Aunque es tan divertido cuando finalmente se dan cuenta de que no, no eres la clásica tocabolas cuentista, y sí, tienes una infección de caballo…
😀
PD: Me alegro de que ya estés bien.
…he demorado en comentar porque estaba llorando de risa (inútil decir que por cómo lo has escrito, no por los feos momentos).
Me alegro que estés bien, y si te sirve de consuelo, a mí y a toda mi generación se le operaba de «garganta nariz y oído» sea necesario o no, de lo cual:
a) no tengo jamás amigdalitis
b) los bishos, a falta de barrera que los ataje, siguen tranquilos, se alojan en los pulmones y me dan unas neumonías de 40 días y el culo como un colador, pero claro, puedo hablar (cuando no estoy tosiendo).
Besos y gracias, ¡Ya quisiera tener tu estilo, ya que de médicos y otros artistas me la sé lunga!
El titular de » El Mundo »
» Lss anginas de Daurmith son una muestra de la mala gestion de ZP »
» La ETA podria estar implicada »
Saludos
Ahora sabras porque en la pelicula de la princesa mononoke, llora Ashitaka cuando Sam le da de comer.
Jolines, ¿también tenía anginas, el pobrecito? ¡Eso sí que es pasarlo mal! Porque el arcabuzazo, tira que te vas, pero unas anginaas…
Daurmith, entré a esta página por recomendación de los muchachos de CPI (Curioso pero Inútil). La verdad es que escribís como querés, hasta me da envidia. Mis felicitaciones, ya puse un link en mi blog. Y a ver si escribís más seguido.
Sobre tus anginas, una vez me tocó un flemón del tamaño de una nuez, casi me ahogo, así que se exactamente lo que sufirste.
Saludos desde Buenos Aires!
Siempre que leo historias como la tuya me sorprende la capacidad que tienen muchas profesiones de establecer protocolos, libros de recetas, metodologías. Supongo que es la respuesta del ser humano a su propensión a tropezar dos veces con la misma piedra. Así no hay riesgo de equivocarse. ¿Infección de garganta? pues Augmentine y listo. Pero resulta que de esta forma llegamos a pensar que todas las piedras son iguales, todos los problemas se repiten invariablemente y todas las gargantas albergan las mismas cepas clónicas de bacterias. La realidad, testaruda, se encarga de demostrar que ésta es una actitud equivocada: cada problema es un acontecimiento único. Un amigo arquitecto siempre dice que las metodologías son las herramientas de los mediocres; y sospecho que tiene razón. A pesar de los éxitos del doctor House, no creo que los médicos vayan a incorporar la creatividad a su armamento intelectual para enfrentarse a las enfermedades. No obstante, sería deseable un poco más de atención al paciente y menos al protocolo.
Me alegro de que estés recuperada y, a juzgar por esta estupenda y divertida historia, en plena forma.
Ya me siento menos solo.
Max, el protocolo se basa en una Evidencia. Simplemente mirando, no podemos saber ni adivinar la cepa que infecta(en este caso) y tomar una muestra para un cultivo demoraría una semana el tratamiento, así que basandonos en la evidencia y el riesgo-beneficio, se da el antibiótico más eficaz y que ha demostrado menos resistencias (bendito Augmentine, qué haríamos sin él). Ahora, que se podría aplicar la creatividad y que cada uno aplique sus tratamientos sin tener en cuenta ensayos clínicos ni evidencia. Entonces sí que se perdería eficacia. No digo que no haya que ser creativo, que por supuesto, la historia clínica es muy importante y que tratamos pacientes, no síntomas, pero una amigdalitis es una amigdalitis y no tiene más historia. 😉
Por cierto Daurmith, me alegro que mejorases ¿cual fue el segundo antibiótico? XDD
Spectracef 200, ponía en la caja. Pequeñitas, las pastillas; sólo por eso me cayó bien enseguida, teniendo en cuenta las circunstancias 🙂
hola amigo, soy de mexico.. ahora es 6 de febrero del 2007 y estoy que me carga una faringoamigdalitis.. no la veo venir .. solo puedo tomar agua y ya llevo asi 3 dias con atibióticos llamados amoxil.. fui de nuevo y me recetaron spectracef.. como ves?? pero no hay ahorita en la farma.. llegan al rato.. dame tu opinion pues hace frio alla afuera y cada q salgo pierdo una vida… saludos
re que no se si biene al tema pero, por que llora Ashitaka cuando Sam le da de comer???????