¡Buenos lunes! Quizá no sean muy buenos para vosotros. Desde luego no son buenos para mí, que ya no tengo vacaciones. Pero esperemos que sean un poco mejores para Watson, a quien habíamos dejado en un feo aprieto, y hoy toca saber qué pasa luego. Ayquemosión.
Los remajos que comentáis y dais difusión a la historia merecéis más de lo que la historia os da, pero al menos que no se me pase nunca daros las gracias: siempre siempre siempre me alegráis el día.
¿Y qué os habéis perdido los que llegáis hoy al relato? ¡Muchas cosas!
En el Capítulo Primero vimos que un Watson bastante hecho polvo va a ver a Holmes, que está en plena forma y lo demuestra sometiendo a su amigo a un bombardeo deductivo. Gracias él sabemos que Watson recibió en curiosas circunstancias un abrigo de color amarillo, que le fue robado y devuelto en cuestión de minutos, incidente que le contó a Holmes en el Capítulo Segundo. Este hecho picó la curiosidad del detective, que se dedicó a investigar, o más bien a enviar a Watson a averiguar más cosas sobre el anterior poseedor del abrigo. En opinión del detective, el abrigo oculta algún secreto importante. Watson, que como se cuenta en el Capítulo Tercero solo quiere dormir, lleva todo el día esperando el prometido mensaje de Holmes respecto a sus progresos en el caso. Cuando tal mensaje no llega, cosa poco habitual en Holmes, Watson decide pasarse por Baker Street y en el Capítulo Cuarto se encuentra las habitaciones destrozadas y a Holmes con evidentes señales de haber estado en una pelea. Los atracadores de Watson buscaban, sin éxito, el famoso abrigo amarillo. Mientras hablan, Holmes cae en la cuenta de algún detalle que le permite resolver el caso y, en su estilo habitual, se niega a explicar nada al pobre Watson mientras no tenga todos los cabos sueltos en la mano. De modo que nuestro buen doctor emprende el regreso a casa pero apenas ha salido de Baker Street cuando es secuestrado y narcotizado por dos hombres…
CAPÍTULO QUINTO Desperté lentamente, sin saber muy bien al principio dónde estaba. Me imaginé en mi cama, en mi casa, y me sorprendió darme cuenta de que tenía frío. Al alargar un brazo para buscar el cobertor, di contra algo duro en lugar de contra mi colchón, y el sobresalto me hizo abrir los ojos. Los volví a cerrar de inmediato, alanceado por una tremenda punzada de dolor. Aunque mi memoria seguía confusa poco a poco empecé a recuperar los sentidos, cosa que encontré harto desagradable.
Al dolor de cabeza se unía una fuerte náusea que me obligó a respirar profunda y cuidadosamente durante un par de minutos mientras intentaba recordar lo ocurrido. La incomodidad física evitó que me diera cuenta enseguida del peligro de mi situación, de modo que dispuse de unos minutos durante los que, para distraerme de mis varios dolores, hice inventario de mi entorno.
Estaba en una habitación pequeña, que a juzgar por el hedor y el suelo de tierra era un cuarto en algún sótano. Una puerta de madera, fuerte pero algo desvencijada, me cerraba el paso. La única y mortecina luz provenía de un ventanuco enrejado a ras de techo, con el cristal casi oculto por mugre y hollín. No había rastro de que el cuarto tuviera algún uso específico; las arañas que alguna vez lo habían poblado habían dejado tras de sí únicamente los restos polvorientos y aceitosos de sus telas y unos cuantos cadáveres resecos. Por todo mobiliario había un cubo de hierro, algunas cajas de madera rotas apiladas contra un rincón, y una mesita desvencijada en la que había un jarro y un vaso desportillado.
Poniéndome en pie con dificultades, me dirigí de inmediato a la mesa. El jarro contenía agua turbia, pero me atormentaba una sed terrible y bebí con ansia, vaciando casi la mitad de su contenido de un trago. Mi cabeza se despejó un poco; empecé a recordar mejor lo ocurrido.
Los dos hombres que me habían atacado eran sin duda Bull y su socio, apostados en las cercanías de Baker Street. Si se habían tomado tantas molestias para quitarme de en medio era probable que se dispusieran a intentar otro ataque contra Holmes, algo desesperado sin duda. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? Algunas horas: la luz del ventanuco tenía el tono azufrado de las lámparas de gas. Mi sombrero había desaparecido, pero mis atacantes no me habían despojado de ninguna otra de mis pertenencias; mi reloj parecía funcionar bien y marcaba las once menos veinte de la noche. Cuando salí de Baker Street no podía haber sido mucho más tarde de las siete. ¿Qué había pasado mientras tanto? ¿Sabría Holmes de mi secuestro? ¿Habría sufrido mi amigo un segundo y más efectivo ataque?
Frustrado y asustado la tomé con la puerta, pero las tablas eran de madera gruesa y sólida. La cerradura, de hierro, había sido bien cuidada, y además noté la inconfundible resistencia de un tablón atravesado contra la hoja por la parte exterior. Mis captores no tenían intención de facilitarme las cosas.
Bien, tampoco yo a ellos. Intentando pensar en qué haría Holmes de encontrarse en una situación parecida, examiné cuidadosamente el resto del cuartito. Algunas de las cajas me sirvieron para encaramarme hasta el ventanuco, pero la hoja que lo cerraba estaba tan cubierta de suciedad, hollín y óxido que abrirla hubiera sido casi imposible. Grité pidiendo ayuda tan pegado al sucio vidrio como pude, pero no alcancé a ver señales de viandantes; no se atisbaba nada más que una pared de ladrillos y los adoquines sucios de un callejón.
Cada vez más furioso, bajé de mi improvisado taburete y busqué algo con lo que romper el cristal. El ventanuco era demasiado pequeño para permitirme el paso, y además seguiría teniendo el obstáculo de los barrotes, pero como mínimo conseguiría que mi voz se oyera más lejos. Quizá el sótano se encontraba a poca distancia de alguna calle más transitada. Quizá alguien me oiría y llamaría a la policía.
Quizá fuera ya tarde. La idea me provocó una reacción física, como si me hubieran golpeado, y me obligué a apartar de mi mente las visiones del cuchillo que antes había acariciado mis costillas hundido en el pecho de Holmes. Con un esfuerzo, me centré en lo que tenía a mi alrededor.
La jarra de peltre era demasiado frágil, y el vaso era de barro. No había ninguna piedra ni ladrillo suelto que poder usar, pero debía haber algo que me sirviera, algo que me permitiera escapar. La incertidumbre de no saber qué había pasado en las últimas horas era insoportable. Di dos vueltas más por mi prisión hasta que me convencí de que aparte de intentar cavar un túnel, cosa que me llevaría semanas, no había ninguna manera de salir de allí.
Esto sólo me dejaba una opción. En algún momento George Bull o su socio deberían abrir la puerta, si es que no habían decidido dejarme allí encerrado hasta matarme de hambre. La idea me provocó un repentino escalofrío, pero si me habían dejado agua tenía que suponer que tarde o temprano me traerían comida y que su intención no era asesinarme, sino mantenerme fuera de la circulación hasta haber llevado a cabo sus planes. Contando con ello, dirigí de nuevo mi atención al vaso de barro.
Tendría una sola oportunidad, pero si actuaba con decisión podría ser suficiente: arrojé el vaso contra la pared, elegí un trozo a propósito, terminado en punta y con algo de filo, y lo envolví con mi pañuelo, creando una daga improvisada. Ahora se trataba de esperar; cuando uno de mis captores abriera la puerta intentaría reducirlo y obligarle a mostrarme la salida, contando con que el otro no desearía verme degollar a su compañero.
Era un plan arriesgado y con pocos visos de éxito, pero encontré mucho más insoportable la idea de esperar pasivamente a que llevaran a cabo sus planes contra Holmes, incluso sabiendo que ya podían haberlo hecho. De modo que apresté mi arma, planifiqué cuidadosamente mis movimientos, y esperé.
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Aunque a mí me pareció que la espera duraba una eternidad, según mi reloj apenas había pasado una hora y media cuando oí ruidos al otro lado de la puerta: voces atenuadas, una discusión al parecer. Me coloqué en la pared junto a la puerta, apretando mi arma improvisada en la mano, y escuchando con toda mi atención.
La voces subieron de volumen, aunque todavía me era imposible determinar a quién pertenecían y qué estaban diciendo. Una de ellas parecía muy agitada. Deseé con todo mi ser que la voz perteneciera a George Bull y que eso significara que le estuvieran yendo muy mal las cosas.
Un ruido repentino y muy fuerte me hizo dar un respingo y casi dejar caer mi daga de barro. Sonaron algunos gritos. Me pareció que había más gente con Bull. ¿Qué estaba pasando? Alguien gritó de nuevo, esta vez de dolor, tras el seco e inconfundible sonido de un golpe, y estalló una barahúnda. Oí pasos acercándose y maldiciones y forcejeos a lo lejos.
Confuso pero resuelto, afiancé mi presa sobre mi arma improvisada y tensé todos los músculos, preparado para cualquier cosa. Alguien apartó la tabla de madera; oí la llave girar en la cerradura.
Ahora o nunca, pensé. La puerta se abrió de golpe y una alta figura dio dos largas zancadas al interior del cuarto.
—¡Watson! —dijo una voz ronca que reconocí de inmediato—. ¡Watson, responda!
—¡Holmes!
Mi amigo dio media vuelta y se quedó mirándome un largo instante con los ojos muy abiertos. Tenía un aspecto espantoso: estaba blanco como la muerte, vestido todavía con sus ropas de obrero, la mano cubierta por una venda sucia y el moratón de su pómulo ennegrecido. Una barba incipiente marcaba los ángulos de su rostro y le daba un aspecto cadavérico.
—¡Gracias al cielo! —Holmes soltó un suspiro prodigioso y vino hacia mí, su expresión demudada cambiando a una de profundísimo alivio—. ¿Está bien? ¿Le han herido?
—Si me han… No, no, estoy bien, ¿pero cómo…? —Holmes me miró de arriba a abajo, alargó la mano como para asegurarse de mi solidez, reparó en la punta afilada de barro asomando por mi puño apretado, y sonrió; una sonrisa extraña, dura, que no parecía suya.
—Ah, Watson, y yo que me permití dudar de su valor y su sangre fría. Debí saber que no podrían someterle fácilmente —dijo, y su voz recobró algo de su sonoridad habitual, aunque seguía siendo curiosamente ronca—. Vamos, salgamos de aquí. Todo ha terminado.
La energía que me había animado apenas unos instantes atrás se esfumó de golpe ante esas palabras; dejé caer mi daga y me pasé la mano por los ojos, que se habían nublado de repente. Noté de inmediato la fuerza del brazo fibroso de Holmes sosteniéndome.
—Apóyese en mí —dijo.
—Puedo caminar, Holmes —protesté, y la presa de Holmes cambió, pasando a brindarme la posibilidad de apoyarme en él si me hacía falta pero sin sujetarme. Aunque me habían empezado a temblar las piernas, salí del cuarto por mi propio pie y me encontré con un cuadro que me llenó de satisfacción.
La estancia adyacente era una bodega en desuso, con barriles contra las paredes y una mesa en el centro. George Bull y su compañero, un hombre alto y rubio al que ahora veía la cara por primera vez, estaban en manos de cuatro fornidos agentes de policía. Otros dos agentes estaban registrando la estancia, supervisados por Gregson, que sonrió de oreja a oreja en cuanto me vio.
—¡Doctor Watson! El señor Holmes dijo que le encontraríamos aquí. ¡Qué susto nos ha dado! ¿Se encuentra bien?
—Perfectamente, inspector, muchas gracias —dije, y me alegró constatar que mi voz sonaba mucho más firme de lo que yo me sentía—. Veo que tiene la situación bajo control.
—Y a estos dos también —dijo Gregson con una mueca—. No se preocupe por nada, doctor; estos dos buenos chicos tienen una cita con Old Bailey a la que me aseguraré de que no falten. Su testimonio nos valdrá de mucho para ello.
—No le faltará, inspector —dije, y crucé una mirada con George Bull, que durante un momento se mostró desafiante, pero pronto apartó la vista.
—Eh, vamos, jefe, no le íbamos a hacer daño —masculló—. Sólo queríamos…
—Sé lo que querían —interrumpió Holmes, con voz fría como el acero—. Y deben alegrarse de haber fracasado. Si Watson hubiera sufrido un rasguño, uno solo, pueden estar seguros de que no hubieran salido jamás de esta casa.
Miré a mi amigo, sorprendido por la amenaza descarnada en su tono. Oí carraspear a Gregson. Holmes estaba mirando a Bull, no con la frialdad clínica que solía dedicar a sus sujetos, sino con odio indisimulado y ardiente. Bull balbuceó algo, pero finalmente agachó la cabeza y permitió que se lo llevaran sin oponer resistencia.
—Vamos, Watson —dijo Holmes—. Volvamos a Baker Street. Necesita usted como mínimo un sillón y algo caliente para comer.
—No, Holmes, debo volver a casa. Mi esposa…
—Mi querido amigo, concédame algo de crédito, se lo ruego. Su esposa cree que está usted conmigo investigando un caso, perfectamente a salvo, y que volverá por la mañana a su consulta como siempre. Le envié un cable esta tarde cuando me di cuenta de la gravedad de la situación. No se preocupe; no tiene por qué enterarse de nada de lo ocurrido esta noche si usted no quiere.
El alivio ante mi inesperado rescate no fue nada comparado con el alivio que las palabras de Holmes me provocaron, y tuve que buscar una silla en la que dejarme caer. Oí lejanamente la voz de mi amigo hablando con Gregson, y un momento después algo frío se apretó contra mis labios.
—Beba —dijo Holmes con firmeza. Tomé un trago de algo que resultó ser brandy y que me hizo toser, pero que tuvo la virtud de devolver algo de claridad a mi mente. Enfoqué la vista en el rostro preocupado de Holmes.
—¿Seguro que puede andar? —preguntó mi amigo. Asentí, y con Holmes acomodándose a mi paso aún vacilante, salimos para siempre del lugar en el que tan angustiosas horas había pasado.
MenosmalpobreWatson. ¿Se enterará ahora por fin de la razón del mal rato que ha pasado? ¡No se pierda la resolución de La Aventura del Abrigo Amarillo! ¡La manera más deductiva de empezar la semana!
En el CAPÍTULO SEXTO (y último)…
Explicaciones — El secreto del abrigo amarillo — Consecuencias — Un recado
Y nos dejas así! ¿qué pasará? Suspense, emoción, intriga, dolor de barriga.
Ay Watson! Ese hombre de acción. Y Holmes preocupándose por él ¡Qué potito! :_)
Mujeeeer, esto no es tanto suspense, ¿no? Vamos, creo. O sea, que ya está Watson bien y no le ha pasado nada… Y sí: Watson es un hombre de acción. En mi cabeza al menos. ¡Gracias por el comentario! 😀
Ardo en deseos de conocer el final, pero se me ha hecho corto, ¿es grave?
Qué tierno es Holmes con Watson! Me encantan esos dos 🙂
Y ahora oootra semana entera hasta enterarnos de qué ha pasado con el dichoso abrigo amarillo (sinuñasquemorderya…) La bibliotecaria es cruel con nosotros! Y adictiva!
Estamos deseando saber qué pasa con el dichoso abrigo.
Esta semana no he esperado
¡Pero si ya no falta nada! La semana que viene, todo será revelado, y luego no os quejéis XD
Carlesh: no, has sido de los primeros 😀
¡Qué capítulo más tenso! Y qué bien se ha transmitido la tensión, angustia y preocupación que sentía Watson encerrado en esa celda. Qué bien escribes, leñe ^^
Y Holmes preocupándose por Watson, aaaaains 😀
Qué ganas tengo de ver la resolución del caso 🙂 Porque ahora mismo no tengo idea alguna de qué demonios tiene el abrigo que ver en todo esto XD
¡Un saludo!
Siempre me conmovieron la confianza y el afecto que un solitario misántropo como Holmes tiene por Watson, al punto de que no solamente le permite que lo acompañe en sus investigaciones, sino que hasta se lo pide. Y la manera en que Holmes actúa en este episodio me hace querer perder las formas y gritar: ¡H/W ship!
Yo nunca quiero pasarme con estas cosas porque creo que menos es más pero me encanta esa relación. Tv tropes lo llama \»heterosexual life partners\» y mola mucho escribirlo. 🙂
Y además WHEEEEEEEEEE!
Hago mías las palabras de Raúl: quiero que acabe y que no acabe a la vez…
En todo caso, menos mal que ya habrá terminado antes de lmereth, porque si no, te 8bamos a dar una brasa para que nos contaras algo del final… •﹏•
¡Jajajajaja! Hombre, está hecho adrede, que tampoco quería yo solapar ambas cosas. Además en la mereth estaremos ocupados en otros menesteres, ¿no? Más melódicos, espero 😉
Muyyyyyy melódicos
^_^
¡Cuidado, Daurmith tiene un \»bromance\» entre manos y sabe cómo escribirlo!
Outstanding as usual, my dear.
Thank you, kind sir.
Sentimientos encontrados: por un lado deseando que llegue el lunes para leer el final del relato y por otro pena por saber que acabará. No te puedo negar que me está encantando, y sería una pena que no escribieras más… ejem 😉
Yo escribir escribo siempre que puedo y me dejan. Pero claro, me dejan poco…
De todos modos la semana que viene habrá más de una entrada porque quedan… LOS EXTRAS.
Yo creo que se trata de una banda de falsificadores de abrigos amarillos.
Podría ser, podría ser…
Ademas de LOS EXTRAS, tambien habrá making off y tomas falsas, supongo.
Bueno, ¿qué te crees que son LOS EXTRAS? XDDDD