Os voy a contar una cosa que no sabía si contaros. Pero va.
Estoy suscrita a Nature, y aunque la consulto poco y más en digital que en papel, siempre es chulo encontrarse la revista en el buzón y revisar los resúmenes de los artículos destacados que sabes que no vas a tener tiempo para leer. Pequeñas torturas cotidianas, ya sabéis.
La cosa es que la revista en papel no me llega con regularidad. Hay semanas que ni aparece, otras que encuentro dos o tres juntas. Al principio tampoco es que reparara mucho en ello. Pero de un tiempo a esta parte he estado pensando. La dirección está bien, así que no es problema del envío. Pensé al principio que era por pereza del cartero, cuya concepción de la entrega de correo es poco romántica.
Pero hace unas semanas, por pura casualidad, descubrí una cosa curiosa. Tenía dos Nature en el buzón: la de esa semana y una atrasada. Al coger la atrasada me di cuenta de que la funda de plástico era diferente; más pequeña, más ajustada que la otra. La etiqueta en papel con mi nombre y dirección estaba un poco arrugada, un poco ajada.
Normal, diréis, si era un ejemplar atrasado que a saber cuánto tiempo habría estado rondando por las sacas. Vale, pero el roce con las sacas no hace que encojan las fundas. De modo que seguí observando.
El patrón es el siguiente: cuando llegan revistas atrasadas, todas tienen pequeñas irregularidades: fundas más pequeñas, etiquetas distintas, a veces una costura termosellada que se ha soltado en parte. Hasta hace unos días no me di cuenta de otra cosa curiosa; siempre que me llegan revistas atrasadas, son revistas con una proporción de artículos de física bastante elevada: cuántica, nanomateriales, grafeno, buckyballs, cosas así.
Podría ser —no es, estrictamente hablando, imposible— que las revistas se estuvieran desintegrando y reintegrando espontáneamente[citation needed]. Pero la otra hipótesis, es decir, que alguien estuviera sisándome las Nature para leerlas antes que yo y trampeara las fundas para ocultar su acción, tenía más probabilidades a su favor.
¿Pero quién? ¿Quién podría tener un interés tan clandestino por la ciencia? ¿Quién se estaba tomando tantas molestias para leer la Nature sin que se notara?
No sé si he dado con la respuesta. Pero he dado con algo. El otro día iba por el barrio y vi, a distancia, el carrito amarillo de Correos y al cartero. Perdón: a la cartero.
Bajita, rechoncha, casi seis décadas sobre la tierra. Pelo rubio recogido en una coleta, con unos cinco centímetros de raíces grisáceas asomando. Pendientes de plástico azul, maquillaje fluorescente. Tiraba del carrito con una mano y con la otra sujetaba una Nature que leía muy concentrada. Mi Nature, seguro.
La seguí, lo confieso, durante unos veinte minutos mientras interrumpía su lectura para dejar aburridos montoncitos de facturas en los buzones. Luego giró en dirección al mercado y entró con su carrito. Sorteó unos cuantos puestos, abrió una puerta con un cartel de «Prohibido el paso» y desapareció tras ella. Esperé un poco pero no volvió a salir, y cuando me iba, chasqueada, la vi de nuevo. Aún con la nariz enterrada en la Nature, pero ya sin el carrito, iba directa a la zona del pescado. Fui tras ella, más intrigada que nunca, y vi cómo se colaba tras un puesto que había en una esquina, se encaminaba muy decidida a la pared, y desaparecía. Así, sin más: un temblor en el aire como un espejismo de calor, un súbito ruido como si mil millones de mosquitos estornudaran a la vez, y ya no estaba.
Fui al puesto de pescado, atónita. Los pescados del mostrador, tendidos sobre el hielo ante mí, me miraban de reojo y con la misma expresión de suspicacia que el (grande, calvo, barrigón, malencarado) pescadero.
—¿Dónde ha ido la chica esa? —pregunté.
—¿Qué chica?
—La… La de amarillo, que iba leyendo una revista. Ha pasado por detrás y luego… —las palabras «ha desaparecido en el aire» se quedaron sin pronunciar porque tengo cierta tendencia a considerarme cuerda.
—¿Quieres algo o no? —el pescadero indicó impaciente el paisaje plateado del mostrador. Negué con la cabeza y me fui.
No sé qué experimentos estará haciendo, ni dónde. Pero estoy segura de que, en los ratos libres que le deja su empleo en Correos, esa mujer está sacándole mucho más partido a la Nature que yo.
Maravilloso.
Que te haga resúmenes.
Lo más genial que he leído en años. Podría ser el principio de una gran novela. ¡Las posibilidades!
Este post me ha encantado 😀 ^^
Muy guay. Por alguna razón (probablemente es el argumento de alguna ficción que haya pasado por mi cabeza y haya dejado algo allí), siempre me ha parecido que los carteros tienen un gran potencial como personajes misteriosos, a lo mundo paralelo de Gaiman, organización secreta controlada por los Daleks o así.
Fan del sonido de mil mosquitos estornudando a la vez.
Una cartera científica?, tal vez jugando a ser dios con los conocimientos arcanos adquiridos en la clandestinidad?, un contubernio con el pescatero?, tal vez el párroco esté en el ajo? #MisteriesOfRuzafa
Me da la impresión de que esto está basado en parte en hechos reales. Lo que no sé es qué parte. Lo de la cartera que desaparece, a falta de más datos, lo dejo en 50 y 50.
Has acertado en parte, Andrés. Lo que no sé es en qué parte.
Y muchas gracias a todos por los comentarios 😀
¡Qué bueno!
Me ha encantado. La cartero esta ya está en Howards… ¿seguro que no había algún cartel que pusiera \»9¾\»?
Estupendo relato y gran final. ¡Enhorabuena!
Coincido con Epicúreo en su apreciación de que el relativo puede ser el ara que de una novela de misterio de las buenas.
Me ha gustado el relato por su ritmo, su acción y su claridad expositiva ¡toma ya!
Relato, que no \»relativo\». Y arranque que no \»ara que\». La tilde de Epicúreo la ha puesto el corrector, que yo he respetado la grafía del comentarista.¡Peste de máquinas!
Un día deberías hacerte la encontradiza y comentarle algo sobre algún artículo que sepas que ha leído, así como que no quiere la cosa… A ver que cara te pone más que nada xD
jo, mola
¡Gracias, maja! 😀