Una de las estampas típicas del (muy mítico) Far West son los timadores que iban en carretas pintadas de colores chillones y se detenían en ciudades vendiendo remedios milagrosos. Por supuesto este tipo de timo en particular es tan viejo como la humanidad y vino a los USA importado. Pero como todo lo importado, aquí mutó y se metamorfoseó y acabó convirtiéndose en algo «muy americano».
Decían vender, estos pícaros del siglo diecinueve, «Snake Oil»: aceite de serpiente. Un mágico elixir que lo curaba todo, desde la calvicie al cáncer terminal pasando por gastritis, caries, raquitismo y uñeros. Como buen timo, contaban con un «gancho», un cómplice que se hacía pasar por lisiado, enfermo, y asquito humano en general, y que tras un sorbo del preparado tiraba las muletas y bailaba una jiga escocesa ante los «ooohs» y «aaaahs» de los crédulos colonos.
El timo, con ser sencillo, o quizá por ser sencillo, daba excelentes resultados, hasta que las ciudades del circuito del timador se hartaban y lo recibían a tiros o lo emplumaban. Riesgos del oficio.
Sería bonito decir que este tipo de timo ha desaparecido; pero lo único que ha hecho ha sido mutar de nuevo, adquirir nuevas formas, y multiplicarse por cien mil en innumerables encarnaciones, aunque todas ellas comparten la extrema sencillez y obviedad de la mentira, y el éxito económico de aquellos que la propagan. Que es un timo es sabido por la mayoría de la gente, y de hecho «snake oil» se ha injertado en el idioma inglés como sinónimo de timo o estafa, de venderte algo con mucho bombo pero que en realidad no hace nada. Es sabido, sí: pero de poco sirve. Hoy día el aceite de serpiente viene envuelto de tantas maneras que es casi imposible llevar la cuenta.
Hoy en mi buzón me he encontrado la penúltima de ellas (nunca es la última). Un rasgo distintivo del aceite de serpiente es que siempre lo cura todo, y siempre es increíblemente efectivo en aquellos males que preocupan más a la sociedad del momento. En este caso, los males que preocupan más a la sociedad yanqui son estar gordo, ser viejo, y (este es eterno) perder el pelo. Pero eso sí: la sociedad lo que no quiere es tener que hacer algún tipo de esfuerzo o de sacrificio o de renuncia para poder librarse de ellos.
¿El remedio? ADN. Sí, la doble hélice. Total, como sale en todos los titulares, y hay tanta paja mezclada con el grano en la información que se nos ofrece, es el candidato perfecto para la nueva encarnación del aceite de serpiente. En concreto, una mezcla de ADN y ARN que, sin ejercicio, sin dietas, sin nada, cura las heridas, adelgaza, revitaliza el metabolismo, rejuvenece y da energía, según el entusiasta mensaje que me han enviado. Ah, y no le falta tampoco la coletilla de «científicamente probado», expresión totalmente vacía de contenido que se supone que en las mentes del público debe suplir con ventaja (y con éxito) a la información concreta de la prueba científica en sí.
Sólo hay que pelar el papel de colorines de cada nuevo avatar: debajo está el eterno, el inmortal, aceite de serpiente. Ese sí que es joven por siempre. Nosotros sólo somos la herramienta (efímera, pero eternamente renovada) que usa para seguir con nosotros por los siglos de los siglos.