Hoy no se me pasa la fecha. Hoy, 25 de [N. del Ed.: A ver, cuidadín]… Abril [N. del Ed.: Uf], se cumplen 50 años de la publicación de un artículo corto, sencillísimo, y cuyas implicaciones aún estamos descubriendo. ¡En la pista central, señoras y señoreeees… Watson y Crick!
Merece mucho la pena leer el artículo, y los muchachos de Nature, que son muy majos (y más generosos con la información, de paso, que los muchachos de Science), ofrecen esta semana un especial sobre el ADN con muchas cositas chulas gratis para los no suscriptores. Entre ellas, el famoso artículo. En inglés (¡hola, Ramón!), claro, qué le vamos a hacer, pero aun así es una delicia leerlo.
Permítaseme un inciso: le tengo una manía loca al lenguaje científico. Me encanta la idea del artículo científico en sí, con secciones bien definidas para que sea más fácil encontrar la información que se necesite, con el sistema severo pero necesario de los referees, y demás, pero odio a muette la manía de ponerlo todo en voz pasiva. La voz pasiva está muy bien, es mona y tal, y tiene su sitio en el lenguaje. Pero ese sitio no es, no debería ser, el palco presidencial. La lectura de muchos artículos así redactados es farragosa, lenta, estirada, incómoda, enfangada por esa condenada manía de ponerlo todo en pasiva para que no se note el ego (que de todos modos gotea como cera de cada línea y cada firma del artículo, así que no cuela el subterfugio). Es un asco, y un rollo, y son poquísimos los autores que a pesar de esta horrorosa convención pueden escribir un artículo con la suficiente habilidad como para que el lenguaje no se entrometa en la ciencia, y no sea un obstáculo para una lectura placentera (que es como debería ser toda lectura científica).
Afortunadamente, el artículo de Watson y Crick no tiene este problema. Era, es cierto, una época en la que esta manía de la publiquitis no estaba tan metastatizada como ahora, y se enviaban artículos más con la idea de hacer entender ideas que de engordar el curriculum y entrar en el índice de impacto. Pero, aparte, el artículo del 25 de Abril de 1953, página 737, es una delicia porque destila buen humor, ganas de hacer las cosas bien, claridad, brevedad, humildad de la buena (con cierta mala idea, que Crick estaba en el equipo y de humilde tiene lo que yo de obispo), y esta frase, que merece pasar a la historia como uno de los mejores ejemplos de eufemismo de la biología:

It has not escaped our notice that the specific pairing we have postulated immediately suggests a possible copying mechanism for the genetic material.

Casi ná. Lo que nuestros héroes están diciendo aquí es que se han dado cuenta, mirando el modelo que han elaborado para la estructura de esta molécula, de que los cuatro tipos de bases se aparean dos a dos, de modo que si sabes un elemento del par, sabes el otro. Esto, que a primera vista parece una perogrullada, es la llave, la contraseña, la idea mágica que abre las puertas a lo que luego será la biología molecular. Ni Watson ni Crick eran tontos y se dieron cuenta de esto, y lo dijeron con esa delicadeza encantadora; cincuenta años después, docenas de investigadores del mismo calibre que esta pintoresca pareja han ido desentrañando, poco a poco, la información con la que ahora profesores aburridos aburren a alumnos que ya venían pre-aburridos de casa.
A mí, sin embargo, me es imposible aburrirme con esta molécula. Lo tiene todo: elegancia, economía de medios, belleza, poder, versatilidad, misterio. No es ni mucho menos lo único que importa en la célula (otro día hablaremos del proteoma), pero su hermosa sencillez digital, los fascinantes mecanismos de copia, reparación y traducción que posee, el poder de su metáfora como libro de la vida (recordadme que un día me desahogue a fondo con el abuso de esa expresión), y sobre todo el hecho de que estemos siendo capaces de entenderla, me encantan.
Así que feliz día del ADN (y gracias a Google por habernos puesto un logotipo tan mono hoy). Por cierto, no sé si lo sabíais: a los pares de bases de ADN, cuando están bien apareados y no tienen problemas, es decir, la A con la T y la G con la C, se les llama pares Watson-Crick. Si hubieran llamado al esqueleto pentosa-fostato de la hélice algo del estilo de soporte Franklin, o algo así, mi dicha sería completa.
P.S. Me dice rvr que esta entrada sabe a poco. No sé si lo dice por hacerme la pelota o porque realmente me he quedado corta. Pero ante la duda, os ruego socorro y asistencia. ¿Alguien tiene interés en algún aspecto concreto de la doble hélice? ¿Queréis que profundice en él, o en ellos, en posteriores entradas? Por mí no habría problema, es como pedirle a Umbral que hable de su libro… ¡Los comentarios son todos vuestros!