Por circunstancias de la vida estoy más o menos cerca del mundo de la costura. No como practicante, o al menos no con el más mínimo grado de pericia, pero me he encontrado inmersa en entretelas, hilvanes, jirones y sisas más de lo que quizá sea sensato. Me he pegado con ese enigma insoluble que es la máquina de coser y he salido airosa de enfrentamientos con los arcanos del sobrehilado.

La costura es una de las combinaciones más perfectas de ciencia y arte que conozco. Aúna física, matemáticas, geometría, topología avanzada, proyecciones en el plano, deconstrucción filosófica, psicología, estética e instinto. La tarea de usar láminas de materiales flexibles y unirlas entre sí para revestir una cosa blanducha, irregular, móvil y físicamente cambiante como un cuerpo humano es intrínsecamente fascinante y en esta época de moda fugaz y trivializada no nos damos cuenta de todo lo que conlleva.

La costura no es problema, métricamente hablando: mucha está en unidades de longitud. Centímetros, pulgadas. Metros, si tienes que ataviar un elefante o similar. Hay otras unidades; por ejemplo, para evaluar la densidad de los hilos se usa el denier (el hilo de 1 denier pesa 1 gramo por cada 9 000 metros y técnicamente es una microfibra) o el tex (masa en gramos por cada, en este caso, 1 000 m de hilo). En seda existe el momme, que mide la densidad del tejido: 1 momme son 4.34 gramos por metro cuadrado. La gasa de seda debe estar entre 6 y 8 momme: ahora ya lo sabéis.

Pero esto no nos lo vamos a encontrar a menudo. Y además no se trata tanto de en qué se mide sino cómo y qué se mide.

¿Cómo se mide un cuerpo humano?

Nosotros estamos acostumbrados, cotidianamente, a considerarnos físicamente en poquitas magnitudes: altura, peso. Longitud del pie. Cuando vamos a comprar ropa tenemos que considerar también, ay, la talla: pero la talla no es más que una reformulación (en forma numérica o no) de una serie de proporciones físicas.

Si quieres revestir un cuerpo bípedo con telas y hacer algo más lucido que, pongamos, un poncho, necesitas saber muchísimas más cosas y encontrar los puntos clave que te van a permitir generar un patrón: un esquema en dos dimensiones de las piezas que, unidas, componen un traje en tres dimensiones. Como un plano de una casa, pero en un plano ves más o menos cómo será la casa. Con un patrón, pues… mirad vosotros:

Esto es un vestido de niña. Ahí tienes todo lo que necesitas Y ya te apañas tú si eso con el resto (Foto: @Laranmina)

 

Las tallas del mundo de la moda intentan acomodar cierta (poca) variabilidad de cuerpos humanos a base de normalizar y convertir las múltiples piezas y medidas de un patrón en un solo número representativo: 40, 36 ½, XL. Como intento de normalizar, abarcar y sistematizar las medidas humanas, nos ha salido regular. Cada país tiene su sistema porque se ve que con lo de vestirnos nos ponemos menos de acuerdo que con lo de medir viscosidades cinemáticas, y no hay Tutatis que se aclare entre los diferentes criterios de tallaje. Como ejemplo os dejo este prodigio:

Talla de sujetador. Explicadme esto. No podéis. Nadie puede. Linneo, ven. Pon orden.

Ante este caos semicualitativo, si te metes en el mundillo de la costura y aprendes a interpretar un patrón, el mundo es tuyo; aunque los centímetros no te llevarán muy lejos. Te hace falta el Santo Grial de la costura, la unidad definitiva: el dedito.

Pocos nos hemos encontrado un patrón en nuestras vidas, pero todos nos hemos encontrado el dedito: hay que meter un dedito la orilla del pantalón, que te queda largo. Vamos a sacarle un par de deditos aquí a la cintura de la falda. Le falta un dedito más a la camisa para que abroche bien. 

Mis amigas que saben coser (algún amigo hay, pero son mayoritariamente amigas) dominan el sistema digital de medida hasta extremos aterradores. Mientras yo medía patrones con una regla de precisión y la lengua fuera, ellas echaban un vistazo a las extrañas piezas irregulares, metían tijeretazo con alegría a telas carísimas, y luego decían cosas como «Luego meteremos un dedito aquí si hace falta». O, ante mis sollozantes preguntas de cómo diablos encajo una pieza con otra para que se curve así y no asá (la articulación del hombro será una maravilla biomecánica pero es un horror costuril) me decían que dejara tres dedos de margen y luego si aún te faltaba le metes un godet. De margen respecto a qué, pregunto yo sollozando. Tres dedos de qué tamaño. Qué es un godet. Qué más da: nunca lo entendí realmente, y nunca lo entenderé. El mundo de la costura ha derrotado mi propensión a medir con exactitud: es inconmensurable.

Y a pesar de esta imprecisión constante, como con tantas otras cosas cotidianas en las que no reparamos mucho, la cosa marcha: solemos ir vestidos. Y al menos he aprendido que en las distancias cortas del mundo de la costura (y en el de la cocina), el sistema internacional importa mucho menos que un dedito.

P.S. Mil gracias a Marta «Moria» por las fotos de patrones. Leed su blog, donde se pega con patrones y medidas, pero ella gana.