Sí, señoras y señores: hoy se cumplen 30 días de lluvia ininterrumpida. Durante una treintena de rotaciones terrestres, el cielo no nos ha dejado ayunos de agua más que durante breves ratitos de sol, un poco en plan sádico («mira lo que te pierdes, mira»). El musgo crece feliz, de un verde violento, por todas partes. Los charcos llevan tanto tiempo presentes que algunos de ellos están empezando a desarrollar sus propios proyectos evolutivos. Los pájaros empiezan a optar por un desplazamiento al estilo pingüino. Los coches incorporan quilla, y los árboles han sacado las raíces de la tierra y ahora beben directamente del aire. El paseo de cinco minutos a la Beanery se convierte en los 400 metros braza a poco que te descuides, y algunos salmones despistados nadan corriente arriba por los arroyos que corren por algunas calles en pendiente, y terminan varados en un semáforo.
Corvallis, en suma, ha vuelto a la normalidad.
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