Los escorpiones brillan bajo luz negra. A la luz del sol, pueden presentar un ligero tono verde irisado, que se nota más a la luz de la luna: es la fluorescencia que les proporciona un compuesto de su cubierta hialina. Relucen, verdes y fantasmagóricos, y los imagino en el desierto de un planeta moribundo, eternos supervivientes, deslizándose con susurros y chasquidos quitinosos, brillantes como luciérnagas, sin temer a los ya extintos pájaros. ¿Proyectarán sombras en la penumbra violeta? Imagino un lago de aguas oscuras rodeado de escorpiones como un collar refulgente: un mundo negro estampado en verde lechoso.
Tisífone, una de las Furias, usaba un látigo de escorpiones. Quizá incluso sus hermanas Megera y Alecto temieran semejante arma, hecha de veneno y luz. Pero los escorpiones no saben de estas cosas, y se escurren tranquilos y tímidos bajo las rocas, inconscientes del pequeño milagro cuántico de su caparazón.