Hoy he sido coprotagonista (toma ya) de una escenita que parecía sacada de un libro de Connie Willis. La cosa ha sido más o menos así:
Iba yo tarareando por el campus (una ensalada de Mateo Flecha, pa los curiosones), tan feliz, cuando vi en un puestecito una linda cesta llena de piedras pulidas. Yo, es ver una cosa brillante y enseguida me despisto, así que me detuve a examinar un trozo de malaquita. Al lado, un tupperware bastante más pedestre albergaba unas cuantas piedras negras sin especial pedigree geológico ni gemológico; cantos rodados negros, sin más.
Al verme toquetear la mercancía, acudió una dama de oscuros cabellos y ciento cincuenta centímetros de altura, y me invitó a elegir una de las piedras negras. «¿Para mí?» pregunté, abrumada por tanta generosidad. Sí, sí, me aseguró ella, toda para tí. Mientras yo elegía la piedra ideal para mí, la mujer me explicó que, si calentaba una y me la ponía en donde me doliera, me aliviaría. Qué me dice usted, dije yo, ¿de verdad? Como se lo cuento, oiga, dijo ella (en inglés). ¿Y no iría mejor ponerse un paquete de esos de gel térmico? pregunté yo en mi inocencia. Sí, dijo, quizá, pero no es ni la mitad de natural, dónde vamos a ir a parar, y mientras tanto su expresión decía «por favorrr, qué pregunta, donde esté una piedra orgánica recalentada que se quite un gel». Para disimular, le pregunté por la cestita con piedras pulidas, ¿se vendían? No, no, dijo, es para el stress. Modo de empleo: hunde la mano en la cesta y relájate con las sensaciones táctiles y auditivas de docenas de cachos de malaquita, ónice, cuarzo y jaspe. La piedra negra, me siguió explicando mientras yo manoseaba una de elegantes proporciones y evocadoras chispitas de mica, también es para el stress. La toqueteas y se te va el stress, me dijo, aunque ella usó jerga más técnica. «Manipular», creo que dijo. Luego me dio un folleto, que me metí en el bolsillo, y me explicó cómo las piedras canalizaban y enfocaban mi energía; puede que incluso dijera mi energía vibracional, no sé. También mencionó la energía positiva. Y la armonía. Todavía con la piedra en la mano, me quedé mirándola un largo instante, mientras sopesaba en mi mente los pros y los contras de distintos modos de acción, algunos verbales y otros, me temo, físicos y bastante poco armónicos.
Pero la piedra debía ser de las buenas, porque al final se apoderó de mí el pre-hartazgo que me atenaza en casos de flagrante magufismo, y fuime y no hubo nada. Salvo que tengo un pedrusco negro, que está ahora mismo en el laboratorio sirviendo de pisapapeles, y un cupón para un diez por ciento de descuento en un masaje. «Fully clothed», avisa castamente el papelito. Es posible que hasta lo use. Para el stress.