Me van a disculpar, enseguidita sigo contando cosas de la OryCon, pero ahora mismo me toca un desahogo, y una escena costumbrista.
Esta soy yo, yendo toda diligente a cambiar el cartucho de la impresora. Heme aquí abriendo el cajón donde se guardan los cartuchos de recambio (cerrado con candado y todo, que los carga el diablo), y extrayendo un lindo paquete multicolor con el cartucho en cuestión. Ved cómo examino el paquete en busca del punto de apertura, y ved cómo lo encuentro: un recuadrito indicando servicialmente «Open here», y una luneta troquelada para facilitar la orden. Miradme: hundo la uña en la luneta y me quedo igual, porque aparte de hacer un agujero en el cartón no ha pasado nada. Ninguna oculta costura ha cedido dándome acceso al deseado cartucho. Yo venga a estirar, venga a estirar, pero aquello sigue tan cerrado como la mollera de Bush. Este es el momento en que empiezo a pensar que quizá no haya explorado el envase todo lo que el envase merece y que debe haber truco. Parece haberlo: toda una tira de lunetas a lo largo de un costado, ¡eureka! Pero gaitas, porque las lunetas han sido troqueladas ahí para despistar; hundir en ellas la uña no sirve más que para llegar a una segunda capa de cartón y para hacerse dañito. Total, que vuelvo al agujero original, engarfio en él un dedo y tiro y tiro hasta agrandarlo un poco, de modo que ahora puedo usar dos dedos, y finalmente, raaaas, el cartón cede y creo un boquete en forma de V horizontal e irregular que me da acceso a… otra caja de cartón. Blanca, sin adornos, y con pinta de haber sido diseñada por el arquitecto de Fort Knox. Si seguís con la imagen de mí misma en este apuro, imaginadme ahora jurando en arameo y sudando tinta mientras uso mis ya maltratadas uñas para encontrar cualquier punto débil en la estructura paralelepipédica, mientras lanzo miradas furtivas a mi alrededor en busca de unas tijeras, una navaja, o aunque sea un hacha o una sierra mecánica. Ya a punto de morder una esquina y desgarrar el cartón con los dientes, encuentro el punto débil de mi adversario y, tras casi dislocarme el hombro al salir disparado mi brazo tras ceder la resistencia de la caja, consigo el preciado cartucho de impresora.
Que después de todo, no valía tanto esfuerzo.
¿Alguien quiere contar alguna experiencia similar, digamos con un tetrabrik de leche?
Abrefácil, y una mierda.
La mía fue con un bote de detergente para lavavajillas, de esos con cierre a prueba de niños. Era una noche de cena navideña en casa de mis padres.
En una primera ronda de votaciones, mis hermanos y yo consensuamos una interpretación del dibujo del tapón que nos pareció razonablemente posible. Al parecer, se trataba de empujarlo hacia abajo, apretarlo por los lados, y luego girar.
El resultado de la segunda votación era más previsible. Puesto que mis hermanos son de esas personas que preguntan dónde están las instrucciones cuando tienen que cambiar una bombilla, era obvio que me tocaba a mí hacer el ridíc… digo… el experimento.
Así que me puse a ello. Empujo, aprieto, giro… y el condenado bote que no se abre. Vuelvo a repetir la operación, con más fuerza, y lo único que consigo es hacerme daño en la mano. Pero aquello no se movía ni un milímetro.
Nueva reunión de trabajo. Volvemos a analizar el dibujo; nos reafirmamos en nuestra interpretación inicial. Vuelvo a intentarlo. En esta ocasión el tapón giró algo así como una milésima de segundo de arco antes de que un ominoso crujido y un latigazo de dolor nos reuniera de nuevo a los cuatro hermanos para ver qué se había roto, el taponcito de las narices o mi mano.
El siguiente paso lo decidí yo solo: me fui al armario de las herramientas, decidido a emplear las tenazas que uso con las tuberías recalcitrantes y, sólo como ultima ratio regis, el martillo que uso también, ejem, en las tuberías recalcitrantes cuando me termino de cabrear con ellas.
Y así volvía yo, dispuesto a enfrentarme con las armas en la mano contra el malvado bote… cuando entró mi sobrino de cinco años, cogió el tapón, empujó hacia abajo, apretó en los laterales, lo giró en sentido contrario a las agujas del reloj y, ¡zas!, lo abrió sin ningún esfuerzo.
Evidentemente, era un tapón a prueba de niños. O pruebas a que lo abra un niño, o no hay forma 😉
La mía fue con una lata de filetes de anchoa en aceite. En teoría era fácil, levantar la anilla y tirar (parecen las instrucciones para uso de una granada). El problema es que me quedé con la anilla de la mano. Visita a la caja de herramientas en busca de unos alicates de punta fina para poder concluir la faena. Sujeto la lata con la izquierda, agarro la lámina con los alicates y tiro. Ya está, ya está la lámina rota. En el siguiente intento, por fin conseguí desprender la lámina al módico precio de unos cuanto puntos de sutura producto del pequeño fallo de poner la mano en la trayectoria de la p..a lámina que cortaba como un cuchillo. Encima las anchoas estaban horrorosas, saladas en exceso y con más espinas que carne. Después de eso, sólo compro anchoas en tarro de cristal, claro.
¡Me pido el tetrabrik, me pido el tetrabrik! 🙂
Está el modelo clásico, en el que basta con arrancar el pitorro por la línea de puntos. Y el caso es que el pitorro sale bien a la primera, pero se ve que al recubrimiento interior de plástico no le han hecho línea de puntos, porque se queda todo despegado y deformado, estorbando el paso de la leche (o bebestible en cuestión) y haciendo que caiga en cualquier sitio menos dentro del vaso.
Y luego hay otro sistema más «modelno», que es el que uso yo últimamente: consiste en una primera pestaña de plástico que se abre hacia fuera y deja al descubierto una segunda pestaña más pequeña que hay que empujar hacia dentro para romper el tetrabrik propiamente dicho. Lo que no explican en ninguna parte es si luego la pestaña interior hay que dejarla hacia dentro o sacarla de nuevo. He probado ambas variantes y son igual de incómodas: salen varios «glops» con total normalidad y cuando menos te lo esperas se produce un «chof» y se te mancha todo el banco de la cocina… A lo mejor resulta que hay que arrancar la solapa interior, pero eso ya cuesta más que abrir un tetrabrik del modelo clásico, con lo cual el concepto de «abrefácil» pierde todo su sentido.
Vamos, que donde esté la típica botella de plástico con dos agujeros hechos a base de uña, que se quite lo demás.
hace unos 13 años, cuando las latas de cocacola eran lo que eran y yo las vendía en el bar de la plaza de toros (ahora no hay toros ni hay toreros) recuerdo que en más de una ocasión te quedabas con la anilla (era como un anillo) en la mano. Golpearla con una llave o lo que tuvieras a mano garantizaba la ducha. Asi que lo mejor era pedirle a un compañero que te la abriera.
No es por presumir, pero yo soy capaz de quitarle el plastico a un CD ¡¡sin herramientas !!
Tengo testigos ( alguno incluso piloto )
Ángel: lamentablemente, voy a tener que pedirte pruebas de tal hecho. Aunque tengas testigos piloto. Que si esa no es una afirmación extraordinaria, que venga Kant y lo vea.
Tb. existe el cierrafacil.
Como los cierres de seguridad de los asientos de coche para niños.
Despues de diez minutos tratando de averiguar porque no encajaban las dos partes del cierre mi sobrinita, de cinco años, se aburrio y decidio explicarmelo:
-Tito, aqui, aqui, juntas esto y esto..y asi, y esta otra parte…y ya esta.
-¿Como?¿Que has hecho? ¡¡¡¡ Repitelo !!! Que no me he enterado
hola soy estudiante y quisiera preguntaros, como consumidores, q tipo d envase, actual o inexistente (con una pequeña descripción), de refrescos: con gas, sin gas, zumo, isotónicas, agua…, os gusta más y porqué, me gustaría saber que opinais, muchas gracias