Esta mañana, al ir hacia el laboratorio, me he encontrado en el suelo unas alas sin contexto. Un par de alas como de arcángel, pero pequeñitas y en pardo, extendidas y simétricas, unidas por un pedacito de tejido rojo oscuro tan pequeño que de ninguna manera podía ser o haber sido un pájaro. No había huesos alrededor, ni evidencia de que las alas hubieran estado flanqueando ningún cuerpo; sólo ese pegotito de materia uniendo dos alas de ángel de tercera categoría. Como si de pronto un pájaro decidiera que lo de volar no es, después de todo, tan gran cosa, y se despojara de sus alas como de un abrigo viejo (haciéndose un poco de daño al quitárselas como quien se quita una costra), para vivir el resto de su vida a ras de suelo, en un mundo cálido y complejo lleno de escarabajos, musgo, lombrices y un par de alas abandonadas en descomposición.