La OSU, universidad universal, cuenta con una pequeña pero activa biomasa de estudiantes de arte. No son tan peligrosos como los de psicología, y bastante menos ubicuos que los encuestadores, pero aun así se hacen de notar. Ahora que llevamos unos días con un tiempo maravilloso, los han soltado por el campo de nuevo y el Quad ha florecido con los productos de los nuevos Chillida, Kristos, Tàpies, y demás ralea. El caso es que, de una u otra manera, es divertido.
El año pasado hubo más cantidad y variedad, eso es cierto. Y como es una cosa que no se anuncia mucho, me ha pillado un poco por sorpresa cuando iba a la oficina de correos. Sobre todo la enorme cruz hecha de bloques de hielo, en el centro exacto del Quad. Otras cosas, como los zapatos rojos atados con hilo y suspendidos por cordeles entre cuatro postecitos, pues bueno, tampoco es que se salgan tanto de la normal (la norma, en este caso, es salirse de la norma, lo cual acaba por aburrir). Había el inevitable jardín zen para el jardinero irresponsable: gravilla rosa y un pedrusco, y un rastrillo para que el viandante creativo genere un espacio de meditación trascendente y paz tántrica, así, como sin darle importancia. Había un a modo de paralelepípedo de tuberías de PVC del que colgaban espesas cortinas de largos flecos plateados, que rutilaban de manera muy entretenida y bonita en la brisa. Un cubo de plexiglás con cosas escritas y espejos en el suelo para jugar con los reflejos e inversiones (ningún palíndromo en los textos, hay que currárselo un poquito más, muchachos y muchachas). Un altarcito de troncos con objetos de uso de las adolescentes, desde rizadores de pelo hasta muñecas, pasando por pintalabios y zapatos de tacón, y el nada sutil toque de unas cadenas.
Y sentado en el césped, un joven de aspecto muy grunge y muy poco dotcom grababa cosas en un radiocassette mientras otro radiocassette recogía grabaciones anteriores y todo se emitía junto, en una especie de cacofonía ininteligible. Nuevamente, poco sutil.
Pero todo era bonito, a su manera, y divertido, a su manera, y la gente jugaba a pasar bajo las cortinas de plata o a rastrillar círculos en el jardín zen. Se lo pasaban bien, y encontraban cosas de las que hablar. Al fin y al cabo, es de lo que se trata.
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