Voy a contaros una historia de bastante miedo y tuto. El otro día después de cenar me arrellané en mi sofá, y conecté el portátil. Mi gato Gandalf (el Gris), viendo los signos de un rato de tranquilidad, se acercó, me miró fijo un momentito por si estaba de guasa, acabó decidiendo que no, saltó al sofá, se enroscó junto a mí, y se quedó frito en cosa de medio minuto. En tal entorno de felicidad doméstica, me dispuse a navegar un ratito.
Quince segundos más tarde el ordenador me decía que la cuenta con mi hosting había sido suspendida.
― ¿¡Qué!? — le dije al ordenador, que siguió diciendo lo mismo, tan tranquilo. Gandalf levantó sobresaltado la cabeza, me miró fijo un momento por si iba a saltar por la ventana o hacer algo igualmente interesante, acabó decidiendo que no, volvió a hacerse una bola gris y calentita y se quedó frito en veinte segundos.
Tras media hora de tecleo furioso, vi que no podía acceder ni a mi cuenta de correo ni al panel de control de mi hosting. Mi hosting no es especialmente conocido, pero son muy majos y estoy muy contenta con ellos. Les escribí un correo (por Gmail, claro) manteniendo un tono de sorprendida cortesía, ahorrándome las expresiones algo más vehementes que amenazaban salirme por las orejas, y lo envié.
Ahora bien, el soporte técnico de mi hosting, aunque eficaz, es lacónico y no muy rápido; cosas de la diferencia horaria. De modo que tras enviar el correo siguió un momento de silencio. Otro. Un poco de navegación al azar por alguna tira cómica. Un cariñito a Gandalf, recompensado por un leve movimiento de oreja. Refrescar Gmail. Una mirada a las noticias y otra a los tweets. Leer un artículo en richarddawkins.net. Parar de leer el artículo para mirar el buzón de Gmail. Refrescar Gmail. Cambiar de postura. Poner algo de música. Refrescar Gmail. Buscar alguna peli para ver. Acabar poniendo un episodio de House. Retroceder para ver otra vez la escena de House que no he visto por estar mirando el buzón de Gmail. Refrescar Gmail. Mirar a Gandalf por si se ha despertado (no, seguía frito). Refrescar Gmail.
Os ahorro el resto, ya os haréis una idea. Vencida al fin, busqué el olvido en el sueño. El amanecer me encontró consultando el correo. ¡Había uno!
“Su cuenta ha sido hackeada. Estamos investigándolo.”
Lacónico e informativo, pero poco tranquilizador. Escribí esperando que ampliaran detalles, pero niente.
Por fin, 12 horas después, llegó otro mensaje:
“Su nueva contraseña es [CENSORED]. Por favor, acceda a su cuenta, cambie la contraseña, y elimine cualquier archivo que le resulte extraño.”
Lo que había en la cuenta eran todos los avíos necesarios para enviar spam a saco. Borrarlos fue un placer al que sólo le faltó un efecto de sonido de explosión atómica con cada pulsación de tecla. La nueva contraseña deja las passphrases de Cryptonomicon a la altura del betún. Gandalf demostró su aprobación agitando la otra oreja. Y todo ha vuelto a la normalidad. Salvo porque ahora mismo acogotaría con mucha satisfacción a varias docenas de centenares de spammers. Bueno, antes también. Pero ahora sonreiría al hacerlo.
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