El título de esta entrada es malicioso y travieso: los esquimales no bailan. O al menos no tienen la misma definición de baile que nosotros. Estaba yo por el MU (qué sorpresa más gorda, ¿eh?), meditando sobre la conveniencia de comprarme un bombón relleno de café, cuando un extraño ritmo ternario me llamó la atención. Venía de la sala principal, ya sabéis, la del piano y las ventanas francesas y los sofás llenos de alumnos dormidos. Me acerqué a curiosear, porque desde que tengo un blog me he vuelto mucho más curiosona. Había un cartelito en la entrada: «Bailes esquimales», dentro de una serie de eventos culturales que tienen lugar en el MU a manera de bajo continuo. En un aparte: dentro de poco toca el Drag Queen Show, que ha generado una polémica enorme en el periódico del campus a raíz de una carta de protesta emitida por cierto cenutrio llamado Lee Vasche. Ehm. ¿Por dónde iba…? Ah, sí, los bailes esquimales. Total: que me acerco y me encuentro a tres caballeros percutiendo enormes panderetas redondas, nada complicado, una cosa en plan pum pum PUM, y a tres damas a horcajadas sobre un banquito de madera, como si fueran en piragua, demostrando una coreografía lenta y deliberada de cintura para arriba, moviendo los brazos en parte como si empujaran algo, en parte como si se sacudieran las manos para asperjar un exceso de agua. De cintura para abajo, inmovilidad absoluta. Aparte, los caballeros entonaban un canto quejicoso pero con cierto tonito pillín, aunque como todos estaban serios como ajos no sé si esto fue una impresión subjetiva mía. Acabó el canto, los cantantes terminaron un poco a contrapié, las bailarinas se levantaron para recibir nuestro aplauso, y luego una de ellas explicó el significado de la danza, con un acento tan cerrado que bien podría haber estado hablando esquimal por lo que entendí. Pero el caso es que el, supongo que debemos llamarlo baile después de todo, estuvo bien; tenía una especie de gracia cortesana, de parsimonia, de la gente que sabe que dándose prisa no se llega antes y además te da la úlcera.
La verdad es que compensa ser bailarín esquimal: es descansado, queda bonito, y te ahorras un montón de lesiones. Además, me encantan esas botitas que llevan (es que necesito zapatos).
[Esta entrada ha sido considerada políticamente incorrecta, ofensiva para la diversidad cultural de la OSU, y denigrante con culturas diferentes a la decadente cultura blanca occidental, por abundar en tópicos infundados y en juicios de valor carentes de fundamento sobre los méritos culturales, estéticos y/o antropológicos de la cultura esquimal. Su lectura puede ser motivo de persecución por el FBI y la Asociación de Vigilantes por la Pureza de la Diversidad. Queda usted advertido.]
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