No me lo puedo creer. Es como cuando termina la mascletà y te quedas boqueando cual besugo, ensordecido por el súbito contraste entre el ruido apocalíptico de antes y ruido ciudadano de después. Pero esto es diferente, porque… No quiero prolongar el suspense:

Han apagado el ventilador de la campana de gases.

Mis fieles lectores recordarán la épica historia del ventilador que no se apagaba desde Junio más o menos, y mi aterradora descripción de los efectos que el ruido constante e invasivo producía en las almas delicadas de los que aquí trabajamos. Esta mañana ha aparecido el Hombre de la Escalera Roja, sonriendo ladinamente bajo su bigote pelirrojo, y al cabo de treinta segundos y un toquecito a un interruptor, zas… Silencio.

Aliviados de la presión psicológica y otorrinolaringológica (toma ya, y sin respirar) del runrún eterno del ventilador, un ambiente festivo y lúdico se ha adueñado del laboratorio. Lo malo es que ahora tenemos que volver a acostumbrarnos a hablar en un tono normal, porque instintivamente, durante los últimos meses, hemos ido ajustando el volumen para compensar la contaminación acústica reinante, y ahora parecemos un grupo de sordos con los sonotones mal ajustados.

Qué maravilla, qué silencio.