Uno de mis cotos de caza más frecuentes se llama The Beanery, y es una cafetería muy al estilo de aquí: ochocientas mil dos clases de cafés, tés, sodas varias, una selección no muy impresionante de pastas y dulces (demasiado dulces y con demasiada canela, pero bueno), y cosas para comer, desde sandwiches a sopa. El café no es barato, pero es bueno, y hacen un buen espresso, que es el equivalente de aquí a un café solo. Así que, cuando atacan los bostezos, me escapo a la Beanery y me trasiego un café.
Los camareros ya me conocen y en cuanto aparezco por la puerta ya están poniendo la tacita en la cafetera industrial roja y plateada, y todo se desarrolla con la suavidad de un intercambio de documentos secretos entre espías: yo deslizo discretamente unos billetes sobre el mostrador de zinc, el café aparece de la nada, el cambio se reparte equitativamente entre mis bolsillos y el bote de las propinas, y emprendo rumbo a la segunda estación del Via Crucis, digo, a la mesita donde está el azúcar y los demás adminículos que los cafés de aquí requieren (¿mostaza? ¿ketchup? Anda que no debe salir un café raro con estas cosas…).
Pero hoy no. Hoy he llegado reflexionando en voz alta sobre lo previsible que soy y cómo se ha perdido la emoción, el suspense, el interés… siempre lo mismo, siempre lo mismo… Y el camarero me ha mirado traviesamente y me ha preguntado si quiero probar «un César».
No siento apetencias culinarias por emperadores romanos, pero como sé lo mucho que gustan por aquí las nomenclaturas barrocas me he mostrado dispuesta a probar «un César». Y ante mí ha aparecido un café con un iceberg de nata que hubiera podido hundir dos veces el Titanic. Además, han tenido el detalle de cobrármelo como un café solo normal, porque esto es «sólo para ver si me gusta».
Ahorraré a los distinguidos navegantes la descripción de mis intentos de atacar el iceberg sin que Arquímedes interfiriera y enviara litros de café a vivir su vida fuera de la taza (fracasé). Pero sí diré que el César incluye, como el primer sorbo me indicó deliciosamente, unos hilitos de piel de naranja recién pelados que dan a todo el asunto un saborcillo muy agradable, y, desde luego, nada rutinario. Como dicen aquí, Yum!
Me gusta la Beanery, ¿se nota?
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