rvr ha descubierto un trocito inexplorado de su isla. Se lamentaba, en esa entrada, de no haber llevado la cámara de fotos. Y yo le comenté que mejor sin cámara.

Gran invento, la cámara de fotos. Permite levantar testimonio, aportar pruebas, crear un ancla para los recuerdos. Adminículo indispensable del turista. Bueno, de algunos turistas. El problema es que se da por supuesto que hay que llevarla, se considera que sin ella no hay vacaciones. Y a algunos de nosotros, nos tiraniza.

Me costó darme cuenta, porque ya ni nos lo planteamos, lo de llevar la cámara. Para la mayoría de la gente es una ventaja, un instrumento útil. Para mí, no. Me di cuenta, ya hace bastante tiempo, de que la cámara me estrechaba el viaje. Me obligaba a mirarlo todo a través del objetivo, a considerar cada cosa que veía como digna o no de una foto, y el viaje se convertía en un tablero de ajedrez, en un mundo maniqueo, en el blanco o negro, hago foto o no hago foto, ponte ahora tú, mejor desde esa esquina, que se ve mejor la iglesia. Toda la catarata de sensaciones pasaba por el embudo apresurado del objetivo y pasaba sin dejar huella, porque una vez hecha la foto, la mente consideraba que ya habías asimilado el lugar, la atmósfera, la gente, el olor, y te obligaba a seguir en busca del siguiente cromito. Todo hecho aún más fácil por señales tipo «lugar pintoresco». Y yo me perdía.

Dejé de llevar cámara a mis viajes. Elegí llevar un cuaderno, y fue una liberación. De golpe estaba en situación de gozar los sitios, de toquetearlos, olerlos, gustarlos, escucharlos. Empecé, eso sí, a necesitar más tiempo en cada sitio, porque se necesita mucho más tiempo para este tipo de turismo que para el visual. Pero gracias a haber hecho esto pasé una hora indescriptiblemente feliz en Stonehenge, mientras mis compañeros de viaje daban vueltas un tanto alocadas al círculo de piedras para hacer fotos desde todos los puntos cardinales, y una vez hechas, se quedaban de pie, los brazos a los costados, boqueando, como muñecos sin pilas, sin saber qué más hacer allí. Y yo, sentada en la hierba húmeda, me dejaba llevar por el sitio y todo me sabía a poco.

Algunos de mis amigos se quejan cuando voy de viaje y no traigo fotos. Otros me lo agradecen profusamente.

¿Que si tengo cámara? Sí. Pero la uso poco. Para viajes, casi nunca la llevo. Para viajes, mejor sin cámara.