A contraluzPor no ponernos muy trascendentes, aviso: la foto no es de ninguna selva tropical en peligro ni nada. Es de un grupito de árboles en el campus, acurrucados entre un rododendro de flores rojas y olor dulzón y un aparcamiento. Cerca, en unos abetos, anida una familia de currucas muy descaradas que dan saltitos por la tierra rojiza, intercambiando chasquiditos que suenan como besos y parándose lo justo para dedicarte una mirada desconfiada antes de seguir con lo suyo, que consiste en ponerse orondos como pelotitas a base de migas de bollo y demás delicadezas que abundan allá donde hay humanos.
Unos pasos más adelante, en el campus, hay un castaño que es territorio habitual de una de las ardillas grises y gorditas que pululan por toda la ciudad. Si las miras de lejos son muy monas, de un delicado gris ceniza con la tripita blanca, blanca. De cerca son considerablemente menos atractivas, y esto es fácil de comprobar porque te dejan acercarte hasta casi tocarlas mientras ellas roen, con esa histeria convulsiva propia de las ardillas, una castaña o un piñón o lo que caiga. Acto seguido suben al árbol, se acomodan en una rama, y te miran de reojo sin dejar de comer, tirándote encima virutitas de castaña, y luego la castaña en sí, medio devorada.
Enseguidita se te acerca un ejemplar de alumno de la OSU, una criatura silenciosa que suele cargar una mochila repleta de misterios tecnológicos y cuidadosamente decorada con dos o tres docenas de marcas registradas bien visibles, algunas tan familiares que ya no necesitan el nombre y les basta y sobra con un estilizado icono para darse a conocer. Caminan en solitario, o, raramente, en tríos, y aunque a veces se aprecia cierta interacción entre ellos, generalmente son criaturas solitarias.
Estamos en época de revelaciones; para ir acostumbrándonos poco a poco, el sol va reapareciendo en cómodos plazos, dándonos, por así decir, muestras gratis de lo que va a ser el verano. Todo alrededor las plantas, los animales y la gente se hinchan de primavera, como globos, y se deshinchan cuando el sol se retira de nuevo y las sombras desaparecen en una luz gris y delicada, como una de las ardillas. En este vaivén de luz, todos andamos un poco desorientados; las currucas chasquean más de lo normal, las ardillas se estremecen con más violencia, los estudiantes se miran unos a otros y parecen darse cuenta de la existencia del otro, y yo guiño los ojos ante la luz cuando hace sol, escribo entradas de bitácora sin rumbo, y busco en vano mi sombra cuando llueve, para encontrarla, temblorosa y oscura, bañándose en los charcos.