Esta entrada está dedicada a @janeaustenenfur, obviamente.
Puerto aéreo de Madrid, España, a treinta de junio de dos mil quinceQueridísima Lizzie:
No podrás decir que he sido poco formal y no te he escrito durante mi viaje. Estoy decidida a escribirte contándote todas mis aventuras en Bruselas, y te imagino leyendo de mis andanzas sentada en el jardín de Netherfield, tomando el té a la sombra de sus hermosos castaños y sonriendo ante las locuras de tu amiga.
Me encontré puntualmente en mi asiento de la aeronave que nos había de llevar a Bruselas. Es ciertamente un modo rápido de viajar, pero te diré, querida Lizzie, que dista mucho de ser cómodo: los pasillos son estrechos y a pesar de haber elegido mi vestido de muselina verde ostra para viajar —pues el calor hace insoportable cualquier tejido excepto los más livianos— no pude evitar que la falda quedara atrapada continuamente en los brazos de los asientos molestando a mis compañeros de viaje que eran, hay que decirlo, un lote extrañamente variopinto.
Lamento decir que no partimos a la hora prevista. En cierto momento sonó por toda la cabina la voz del capitán de la aeronave, transmitida por medios eléctricos de la manera más ingeniosa. Había tenido lugar, al parecer, una avería en un dispositivo usado para sangrar las ruedas. No te puedes imaginar, Lizzie, las extrañas imágenes que pasaron por mi mente al escuchar tal expresión. ¡»Sangrar las ruedas»! Hubiera querido ver a uno de nuestros poetas modernos utilizar semejante hallazgo en una sestina. No deja de ser cierto que, tal como dice mi padre, el triste estado de nuestras carreteras públicas podría hacer de esa expresión algo más que una metáfora. Pero no debo desviarme.
Afortunadamente la avería se solucionó a satisfacción del capitán y por fin la aeronave ascendió a los cielos. Como sé, querida Lizzie, que nunca has viajado en uno de estos extraordinarios aparatos, me permito una observación: pese a que los sermones del reverendo Collins desaconsejan que las señoritas viajen en aeronave por las fuertes emociones que puede provocar en la sensibilidad femenina, debo decir que encuentro la experiencia absolutamente vigorizante y te recomiendo que la pruebes lo antes posible, si puede ser en compañía de tu apuesto esposo.
Durante el viaje encontré gran entretenimiento en mi tablilla magnetoeléctrica, en la que llevaba una novela de aventuras marítimas que leí con gran placer pese a sentirme un poco culpable por no haber elegido en su lugar el libro de sermones del Reverendo Smythe, tal como me recomendó mi madre. Pero si una viaja por placer, debe encontrarlo en todo momento y lugar, ¿no es cierto, Lizzie?
Me sorprendió desagradablemente que hiciera en Bruselas tanto calor como en España, si no más. Quizá lo hubiera afrontado con más ecuanimidad de no haber tenido un viaje al hotel sumamente desagradable. Tomé uno de los carruajes locomotores que se pueden alquilar en el puerto aéreo de Bruselas, pero es tal la cantidad de artilugios semejantes allí, y tan poco preparadas las vías por las que circulan, que tras un periodo extraordinariamente largo de inmovilidad en la calzada (pues tal era la acumulación de carruajes que estábamos literalmente atrapados) rogué al conductor que me permitiera apearme. Afortunadamente el hotel no distaba más que dos o tres millas y llegué sin mayor contratiempo, aunque acalorada y algo nerviosa por haber recorrido el trayecto sin la compañía de un caballero. ¡Pero no creas que eso me arredró, Lizzie! De hecho estoy bastante orgullosa de mí misma, pues al llegar al hotel solicité mi llave con la mayor naturalidad y sin alardear de un hecho que es, para mí, bastante inusitado.
Mi habitación era pequeña y no contaba con boudoir ni con antesala, aunque sí estaba provista de una rejilla de ventilación por la que salía un aire deliciosamente fresco que me permitió reponerme de los rigores del viaje y enfrentarme a mis compromisos sociales en Bruselas con mejor disposición. Tras un baño y una muda de ropa (sé que la gran amistad que nos une disculparé lo atrevido de referirme a asuntos de la toilette en esta carta), salí a dar un breve paseo de apenas cuatro millas para abrir el apetito antes de la cena.
Pero no debo adelantarte todas mis aventuras, querida Lizzie. Te escribiré pronto para contarte el resto del viaje. Por favor, envía mi amor a todas tus hermanas y a Mr. Darcy y dispón como desees de tu amiga,D.
XDDDD
Viendo que terminaba la carta me estaba preguntando: \»¿Y lo del Ramadán?\»
Pero tal vez continúe en una carta posterior… Estaré esperando 😛
La extraña mezcla de tiempos, actitudes, costumbres y términos empleados me hace sospechar que se nos prepara una encerrona de la que no sé con certeza si la autora sabrá cómo salir o quedará presa en su propia trampa. Veremos
Soy tu más ferviente seguidora.¡ Sigue escribiendo !