Llegó la OryCon, pasó la OryCon, y se hizo realidad el Time Warp de nuevo, más que nada porque la sensación de desplazamiento temporal fue fortísima cuando llegué. Todo estaba donde lo dejé el año pasado. Los tenderetes estaban distrubuídos de la misma manera. La señora semimomificada que vende libros de Susan R. Matthews y Neil Gaiman y Larry Niven y Mercedes Lackey y James Tiptree Jr. seguía semimomificada y sin saber calcular el cambio. La gente disfrazada seguía recorriendo los pasillos del hotel vestidos de todo lo imaginable y de algunas cosas inimaginables, desde trolls hasta dragones pasando por todos los tipos de hadas y un número elevadísimo de felinos, se ve que está de moda darle un aire gatuno al disfraz. Había elfos, por supuesto, y algunas damas y caballeros de la época de los miriñaques (para las damas) y el calzón corto (para los caballeros, no hay que confundir), que habían hecho un esfuerzo increíble porque sus disfraces, amén de elaborados, estaban muy bien hechos. La pena es que las damas, todas ellas enérgicos ejemplos de la nueva mujer del siglo XXI, no unían a su magnífica apariencia el porte necesario para redondear el efecto, y andaban a largas zancadas que se llevaban mal con los corpiños. Además, al dar pasos largos, se les veían las sandalias con calcetines por debajo de las capas de seda y brocado de las faldas.