-Han empezado a hacer -dijo una de ellas- sanaciones con flauta.

La frase me hace volverme hacia la izquierda, sobresaltada. Aunque el tren va casi lleno, reina el silencio entre los pasajeros, inmersos en la película, y puedo oir bastante bien la conversación de las dos mujeres.

Comparten un tupperware lleno de trozos de melocotón del que van picando como pajaritos. Llevan botellas de agua Lanjarón rellenas con algún tipo de infusión y de vez en cuando alguna de ellas da un sorbito. Van bien vestidas, y acarrean libros cuya contraportada dice cosas como «volver a escuchar la Sinfonía de la Biblioteca de la Madre Tierra» (no, no me lo estoy inventando). Su conversación me fascina, pero han pasado a hablar en un murmullo muy bajo y apenas escucho algunos retazos. Hablan de cabañas indias, de canalizaciones (pero no de canalizaciones de agua ni nada de eso) y de que primero hay que conocer la mente de algo o alguien para creer. O algo así.

El libro que se está leyendo la más mayor (ropa alternativa pero elegante de algodón, bisutería de madera, bifocales) es claramente un libro favorito que ha sido ya subrayado con fosfi rosa. Y con boli azul.

Me pongo a cotillear descaradamente aprovechando los cambios de postura de la más mayor. La más joven, morena, que es la que ha informado a su compañera de las sanaciones con flauta, se ha puesto a dormitar con la cabeza sobre un almohadón probablemente terapéutico, que va dentro de una bolsa de tela reutilizable.

«Versiones de vosotros mismos se encuentran en algunas de las restantes once bibliotecas de este universo», dice el libro.

Aaah, se llama «Tierra, las claves Pleyadinas» de una tal Barbara no sé qué. Una contactada por los pleyadinos. Glups.

Claramente ambas han encontrado una narrativa vital en la que están inmersas muy a gusto, hecha de cursos y cursillos holísticos y de conexiones cósmicas, donde el poder de la mente es infinito y todo está interconectado. Seguramente serán fans de «The Secret», la peli esa que dice que «la ley de la atracción» puede conseguirlo todo. Buscadlo si queréis, a mí es que me da risa.

«A lo largo de esta década habrá un incremento de Maestras y Líderes femeninas, pues la Diosa se encarna de esta manera», dice el libro. La lectora está muy seria y aparentemente muy atenta a su lectura. Yo arriesgo una hernia de tanto estirar el cuello, pero es que la cosa está la mar de interesante. La siguiente frase que pillo por poco acaba conmigo.

«¡Mujeres, si todavía tenéis la menstruación, sed sabias y honrad a vuestro cuerpo y a vuestra sangre! Vuestra sangre es una de las fuentes más elevadas de fertilidad y de marcaje de vuestro territorio», dice el libro. Me atraganto un poco del susto.

«La sangre menstrual», sigue el libro, ahora firmemente decidido a ocasionarme una crisis cardíaca, «está altamente oxigenada y es la sangre más pura, además de llevar el ADN descodificado. Es el oxígeno que descodifica estos filamentos y permite la reestructuración de los datos». Esta frase está subrayada. Por un momento tengo la impresión de que las letras deberían arder con llamaradas verdes, pero debe ser el shock.

No, no me estoy inventando nada. De hecho, al teclear esta entrada en casa, he rebuscado un poco y mi Google-fu me ha ofrecido más información de la que yo quería. El libro se llama «Tierra: las claves pleyadinas de la biblioteca viviente», y la autora es Barbara Marciniak. Y está aquí, en todo su esplendor. Os desafío, sí, os desafío a leer la introducción.

El viaje termina y las dos compañeras de viaje se van, elegantes y armonizadas, a comulgar con el universo o con alguna de las once bibliotecas o algo. Les deseo suerte. Yo me voy a por un vasito de agua para que se me pase el susto.

Y antes de que se me olvide: Connie Willis, te adoro. Y te temo.