Invernaderos del campus, un atardecer de otoñoCorvallis, y sobre todo el campus, se han convertido en lugares fantasma poblados por apenas algún que otro viandante que camina decidido bajo la lluvia a algún encargo misterioso, y una no puede evitar fijarse más en la gente, como si el hecho de que haya menos personas significara que las que se ven son más reales, más sólidas. Pero son personas silenciosas y apresuradas bajo la lluvia, que corren a entrar en los pocos locales abiertos estos días, con las ventanas opacadas por un vaho surcado de regueros de agua como lágrimas.
Y mientras, no para de llover, con discreta determinación. Hasta el espacio entre gota y gota está lleno de una neblina húmeda que hace jeribeques para meterse bajo las mangas y por el cuello de la chaqueta. Todas las calles son un mundo de reflejos, con las luces de navidad creando simetrías luminosas, multicolores formas Rorschach interrumpidas por los coches que pasan y acuchillan los charcos con el dibujo de los neumáticos.
Como pasa aquí a veces cuando llueve, el aire huele a coliflor hervida. La única solución es sumergirse en el olor a madera y libros del Borders, o hundir la nariz en una taza de té de jazmín.
Um… Mejor el té de jazmín.