Soy palí.
Les ha costado seis meses (¿A qué esperaban, me pregunto? ¿A la traducción?), pero por fin ha salido la edición USA de «A Devil’s Chaplain», un libro de ensayos de Richard Dawkins.
Dawkins es para mí como un vino de esos gran reserva que se paladean desde que se abre la botella hasta que la última molécula de la última gota acaricia los senos nasales. Su estilo duro y limpio como el diamante, su capacidad explicativa, su sarcasmo muy típicamente inglés, y sobre todo su manera de dejar meridianamente claro por qué le gustan las cosas que le gustan y por qué no le gustan las que no, me encantan. Esperaba con ansia este libro, que aunque no es original, contiene algunos ensayos originales y otros, maravillosos, como aquel sobre Sanderson de Oundle que ya mencioné aquí. Y la necrológica, no, qué digo, el grito que se le escapó cuando murió Douglas Adams (es muy raro ver el lado vulnerable de Dawkins).
La dependienta de la librería del campus sonreía al verme sonreír. Volví al laboratorio abrazada al librito de marras. Lo fui enseñando a todo el mundo, hasta a Stephanie, que es fundamentalista de Kansas. Menos mal que no sabía quién era Dawkins. No veo la hora de terminar el trabajo para sumergirme en la prosa clara y adamantina de este hombre. Luego nos vemos, que ahora tengo un buen vino que beber.
Richard Dawkins, cosecha 2003: néctar para la mente. A vuestra salud.