Ya no es lo que era.
Fui al Pangea el otro día a comerme un sandwich de atún. Me encantaban los sandwiches de atún del Pangea. Eran sandwiches seguros de sí mismos, casi arquitectónicos, con sabrosa mollita dentro, confinada por lechuga en tiritas, queso, y un pan con personalidad y empaque. Eran sandwiches de primera división; sandwiches, podríamos decir, galácticos.
De modo que el otro día fui a despedirme del Pangea con un sandwich de atún.
Me lo trajo un amabilísimo camarero, con un ferviente deseo articulado como «Enjoy your food». Y yo hice todo lo posible. Pero no, ya no es lo que era.
El pan era el de siempre; pero alguien se había dejado la bolsa abierta demasiado tiempo. Las rebanadas se habían secado, y se desmigajaban en mis manos como borrilla, poniendo toda la estructura en peligro. El primer bocado me demostró que han cambiado la receta; enormes cantidades de eneldo hacen todo lo que pueden para disimular el sabor del atún, que en lugar de estar amorosamente trituradito y mezclado con el resto de los ingredientes, se apelotona en enormes grumos resecos y sosos. La lechuga ha pasado de ser un montoncillo de tiritas verde mentolado a ser un una hoja gruesa y arremolinada de color verde oscuro, hostil y correosa, que se sale por todas partes como si quisiera fugarse con el queso -neutro y blandito- a vivir una vida de crimen y violencia. Parece la Cosa de Carpenter. La mahonesa mezclada con apio y cebollita que formaba el resto de la rica pasta ahora sabe acuosa y levemente metálica, contaminada de eneldo y de serrín de lechuga. A cada bocado el pan se parte como una lasca de pizarra y desparrama pasta de atún sobre las incomestibles tortillitas de maíz que, juasjuas, forman la llamada «guarnición» del plato.
Es un desastre. Me lo como porque persiste un eco del delicado pero nutritivo sandwich de atún de mis recuerdos, pero me lo como a guisa de funeral. Es un velatorio. Es una sesión de espiritismo culinario, invocando el fantasma del otro sandwich de atún que, ay, ya no está con nosotros. Como todas las sesiones de espiritismo, es una mentira. Y encima, cara.