Se puede dar en Corvallis un paseo muy agradable por un camino que pasa las granjas de la Universidad y llega hasta un puente cubierto. Una vez ahí se bifurca y tienes la opción de volverte o dar una vuelta mayor, de unas dos horitas.

El riesgo (o el aliciente, no sé) de dar este paseo en fin de semana es que, si hace buen tiempo, seguro que te vas a encontrar con El Gaitero Loco.

El Gaitero Loco es un ardiente admirador de la gaita escocesa, que cada sábado o domingo saca a pasear su arte por los alrededores de Corvallis. Para darle más emoción a la cosa, se pone un gorro escocés, aunque al parecer ha decidido que llevar también el kilt sería sacar las cosas de quicio. Pero eso sí, pone mucho sentimiento a su interpretación de misteriosas melodías que una tiene que suponer escocesas a falta de más información.

Si está a suficiente distancia, digamos cinco kilómetros, la cosa es soportable. El problema viene cuando su camino y el mío se cruzan, y entonces zas, la liamos. Hace tiempo que no visito el puente cubierto por esa razón.

Esta tarde, sin comerlo ni beberlo, las notas lejanas de la gaita del Gaitero Loco me han llegado a los oídos mientras volvía a casa. Se ve que ha cambiado de ruta, y de día, porque hoy es jueves. Supongo que su estilo de ensayo itinerante no es más que instinto de supervivencia, porque si ensayara en su casa, los vecinos hace tiempo que se lo habrían cargado, pobre criatura. Así, al menos, los damnificados lo son de manera fugaz.

Hay algo decididamente peligroso en la gaita. Quiero decir, no es normal: un instrumento con esa potencia y ese timbre tan penetrante no se inventa para hacer dormir a los niños o rondar a las doncellas, si se quiere que los primeros duerman y las segundas dejen de serlo. Pero la gaita tiene utilidades bélicas, eso es innegable.

Me imagino la escena: ahí estás, orgulloso miembro del clan de los McEscurríos, con todo tu metro cincuenta y siete y cuarenta y cinco kilos de peso con el sporran puesto, y frente a tí tienes al clan McArra al completo, cada miembro midiendo dos por uno y con tartanes de diseño, mientras que a tí el tuyo lo diseñó tu abuela a base de retales de lo que les sobraba a otros clanes cuando reponían las alfombras del baño. Unos pedazo de bestias tales que hasta sus propias neuronas huyeron de su cerebro para dejar sitio a más músculo, y a tí el único músculo que se te ve es el de la garganta al tratar de tragar saliva.

Y de pronto, tu primo Angus el gaitero toma aire, y a dos milímetros de tu oreja izquierda se abren todas las simas del infierno, y en tu cerebro convertido en haggis lo único que queda es la compulsión irracional e irresistible de huir de la cercanía de esos aullidos de alma en pena, no importa hacia dónde, y claro, la manera más rápida de alejarte de Angus y su gaita es acercarse a los McArra, pero en ese momento tanto te da, lo que cuenta es escapar de la gaita, y cuando te quieres dar cuenta los McArra están todos amontonaditos en una pila de ayes y llamando a su mamá, y a tí se te lanza tu prima Heather a los brazos y dice mi héroe, mi héroe, este es un verdadero escocés y no esas nenazas de los McArra, mucho tartán de diseño pero los… sporran de cristal.

Todo gracias a la gaita. No, si tendré que revisar mi opinión del instrumento…