USA wishesAsí es como todos los 4 de Julio los estadounidenses quieren verse a sí mismos. En ese mundo de luz dulce color calabaza, donde los niños son pecosos y traviesos, las niñas vivaces y encantadoras, y el lechero conoce los nombres de todos los vecinos, que se levantan temprano para ir a la iglesia, con la madre, hermosa y esbelta, sonriente, caminando del brazo de su atlético esposo, mientras el policía local (un poco triponcete, paternal, simpático, sin más trabajo que arrestar amigablemente al borrachín del pueblo) les saluda tocándose la visera de la gorra de plato. Hoy, el que más y el que menos se muestra orgulloso de su país y se le llena la boca de lo que han conseguido en trescientos y pico años. Que es, todo hay que decirlo, bastante.
Esto se traduce, como todas las fiestas importantes, en… no mucho. Un día para salir de excursión o de picnic, o quedarse en casa y montar una barbacoa (discretita, eso sí). La única tradición más extrema son los petardos, que se llevan vendiendo desde hace unas semanas en puestos ambulantes instalados al efecto fuera de los supermercados, muchas veces ante la irritación de un pueblo que, en general, no ve bien que se arme ruido en las calles. El ruido, eso sí, es bienvenido, y hasta esperado, en los despliegues de fuegos artificiales que esta noche iluminarán, por turnos, todo el país, de este a oeste, con mayor o menor arte. Como ya estoy escarmentada, este año voy a ahorrarme la emoción emocionante, pese a que anuncian un variopinto festival multicultural en el río… Bueno, vale, a lo mejor me acerco luego, pero así disimulando. No por nada, entiéndaseme; es que estos jolgorios para mí tienen un atractivo limitado, pero la tarde está preciosa, con sol de miel y aire de menta, y existe la posibilidad de que la orilla del río se parezca a los cuadros de Norman Rockwell. Lo cual, en un país que es mucho más parecido a las películas de lo que la gente sospecha, no sería muy raro.