Hay pruebas de valor que conmueven.
Por ejemplo: Cajastur tuvo, hace ya algunos años, el acierto de editar una revista literaria llamada Rey Lagarto, que sin alharacas pero con seriedad lleva ya, a lo tonto a lo tonto, 50 números. Número bien respetable, hay que admitir, en un país donde se lee poco y mal.
Y aquí viene la prueba de valor, al menos por parte del consejo redactor de Rey Lagarto: en el número de este trimestre se publica uno de los relatos de aquí la que suscribe, servidora, esta que lo es. Cómo y de qué manera fue afectado el juicio del director para admitirme entre páginas que cuentan con paseantes de más que respetable calibre, es uno de esos misterios insondables, como el de la transubstanciación. Pero heme ahí. Permitidme, por tanto, que goce y me esponje un poco, porque me enorgullece el asunto. Os prometo que no se me subirá a la cabeza. O, al menos, que se me pasará enseguida.
Por cierto, es uno de los relatos que están aquí en la sala del al lado. Para saber cuál… pues habrá que comprar la revista, me temo. La vida es cruel.