La palabra se ha colado sin molestar mucho en el habla casi cotidiana. El concepto físico, matemáticamente bien definido pero intuitivamente resbaladizo para los estudiantes de secundaria, es la supervedette de la Segunda Ley de la Termodinámica, y motivo de muchas reflexiones filosóficas más o menos afortunadas, y de un montón enorme de tonterías entre los creacionistas. Con cuatro símbolos mal contados (ΔS>0) se cuenta una verdad que a algunos les parece terrorífica y a otros, de lo más natural: la entropía aumenta. No hay tu tía. No hay escape. Hay variaciones locales que nos pueden llevar a engaño, porque a la gente le cuesta salirse de ciertas fronteras, pero como dice el dicho, la entropía en un sistema cerrado no puede decrecer.
Corvallis no es un sistema cerrado. Pero la entropía esta mañana estaba fuertota y sana. Todo empezó (siempre he querido empezar así un cuento) al abrir los ojos yo esta mañana. Por las rendijas de la cortina de lamas entraba todavía la luz oscura y rojiza, sucia, de antes del amanecer. En la mesilla de noche faltaban los números rojos y agresivos del despertador eléctrico: se había ido la luz.
Maravilloso, pensé. Pueden ser las cuatro de la mañana, o las siete, a saber. Fuera, el silencio era absoluto, pero en Corvallis siempre lo es. Me dormí otra vez.
Al siguiente parpadeo las líneas de luz entre las láminas de plástico eran de un blanco brillante; el reloj seguía negro, y el exterior crujía. Crujidos sordos seguidos de un susurro prolongado y luego de un siseo como de vapor, que tardé en identificar como placas de nieve parcialmente helada cayendo en bloque desde el tejado. Como habían anunciado los meteorólogos (aquí aciertan mucho), las temperaturas habían subido, y la nieve, que llevaba acumulándose tres días y helándose uno tras las lluvias heladas de anoche, se estaba fundiendo a toda velocidad.
La meteorología es muy bonita; pero yo seguía sin luz. Una excursión a la nevera me indicó que el apagón no era reciente; el interior estaba casi a la temperatura del exterior, tampoco muy alta porque todo en el apartamento es eléctrico: cocina, nevera, calefacción, agua caliente, todo.
Así abandonada por la tecnología, me vestí en modo cebolla (muchas capas para ajustarse a las distintas temperaturas de los edificios de por aquí), y me vine al lab, donde el apagón ya se había resuelto pero algunas cosas, entre ellas internet, estaban esperando una mano amiga que les diera un empujoncillo para volver a ponerse en marcha. No había manos amigas. El valor de la universidad les falló ayer, y cerraron por la alerta de tormenta: es la séptima vez que el campus cierra en toda su historia. Aparentemente (no he tenido manera de enterarme hasta ahora) hoy les ha fallado de nuevo porque la subida de las temperaturas mezclada con el hielo duro de anoche ha dejado las calles en un estado interesante, y temiendo por el bienestar de alumnos y profesores, han decidido suspender también hoy las clases. Mi jefe, que arriesga su vida dos días por semana viniendo al laboratorio en bicicleta desde una montaña con carreteras en pendiente de 45 grados, haga sol o llueva, está que trina.
Los árboles también están que trinan, o más bien que graznan y chirrían. Ha salido el sol, y montones de nieve y trozos de hielo abandonan las ramas entre crujidos reverberantes, junto con una llovizna continua de gotas de agua: es un chaparrón del revés. Si pasas bajo un árbol, te empapas. O te lesionas, según, que también caen ramas enteras. Las carreteras están cubiertas de granizado sabor barro, y las aceras, de hielo con distintos coeficientes de fricción según el número de peatones. Todo está en flujo: la nieve del suelo se junta con la nieve de las ramas; todo cae, se funde, se transforma y se redistribuye. Las montañas van a empezar a lanzarnos arroyos de agua hacia el valle, que se unirán a la lluvia anunciada para más tarde. Los meteorólogos avisan de posibles inundaciones; que vengan. La nieve ha tomado Corvallis por sorpresa, pero la lluvia es vieja camarada y no provoca cierres del campus ni nada que se le parezca. Así que se acabaron las excusas: ¡Corvallis se hiela, pero no se hunde!
Hay que ver… Dos entradas seguidas hablando del tiempo. Tremendo, ¿no? Prometo enmendarme cuando todo vuelva a la normalidad, un rato de estos.
La Tia Entropía. Menuda tibia.
Por mi puede seguir hablando del tiempo si hace post como éste. Gracias por el buen rato… 🙂
Gracias a esas nevadas no ha habido baloncesto en Oregón y Pau se ha estado aburriendo…
Tú que te enmiendas y vuelves a la normalidad, y nosotros que perdemos toda esperanza y demandamos a Corvallis hasta quitarle los calcetines. ¡Feliz año! Perdón por el despiste, pero apenas voy regresando —no muy sobrio— de vacaciones.