Es por no decir Fallas, más que nada… Ya las tenemos aquí, para vociferante alegría de unos y vociferante indignación de otros; de todo hay. Pese a quien pese, Valencia se nos vuelve majareta desde el 1 de Marzo, y a partir de hoy la locura alcanza cotas orbitales. Y sabemos todos lo de la fiesta pagana, el simbolismo del fuego como purificación, el equinoccio que ronda estas fechas, la mano de pintura católica posterior para hacer palatable a los ojos de la curia unas celebraciones tan metidas bajo la piel que hubiera sido improductivo tratar de prohibirlas. Nos saltaremos también -¿por qué?, me pregunto, y no me contesto- las reflexiones sobre la entrañable mezcla de mal gusto y vitalidad que permea la ciudad entera, con sus fallas surgiendo como champiñones multicolores, llenas de oropel, de exceso, de todos los colores del arcoiris, de mujeres opulentas y hombres ridículos.
Desde hace un par de días el clima de Valencia ha hecho una de las suyas (tiene bastante mala baba) y nos ha sumergido en una luz blanca, plana, sosa y sofocante como papel pulverizado. Todos los colores parecen aguados, enjalbegados pero mal, cubiertos por una neblina de sudor de polvo. Es una luz fea, por si no se me había entendido. El resto del meteoro iba bien conjuntado, con una calidez húmeda y pegajosa, y rachas de una brisa blanducha como el aliento de un afiebrado. Un asquito, por si sigue sin entendérseme.
Esto no detiene a falleros recalcitrantes que toman por asalto todas las calles, y añaden a la banda sonora habitual de cualquier ciudad (motores, sirenas, vocerío, sonidos de palomas al ser aplastadas por motoristas) el staccato totalmente aleatorio de los petardos, que harían que más de un estadounidense desprevenido y paranoico se pusiera a morir; o a matar, una de dos. La gente renuncia a dormir entre las dos de la tarde y las diez de la mañana, se destroza los pies recorriendo las calles para no perderse el bosque encantado que arderá este sábado, y se alimenta a base de buñuelos y chocolate adquiridos en alguno de los miles de puestos que han surgido, también como champiñones, rodeados de una nube dulce y aceitosa. Son Fallas, qué os voy a contar. Fiestas de fuego y colesterol.
Mientras escribo esto, el ruido de tres bandas distintas tocando tres pasodobles diferentes se superpone, con los resultados que podéis imaginar, al silbato frenético y desesperado de un policía que intenta, inútilmente, regular el tráfico. Por todas partes hay verbenas, castillos, mascletás, cordás, despertás, otras cosas terminadas en á, petardos, pasacalles, flores, fallas, casales, carpas, aglomeraciones, buñuelos, chocolate, churros, golosinas, paellas, alpargatas, brocados, vino, barbacoas, atascos, bandas de música, oro, ninots, olor a pólvora, vasos de plástico, manchas en el asfalto, altavoces.
Se dice mucho de las Fallas, cosas que van desde la peor retórica patriotera hasta las más feroces diatribas amargadas. Pero una cosa es indiscutible: las Fallas no son, no pueden ser, relajantes.
Por eso me iré a Córdoba el fin de semana. Una es de aquí, pero aprecia lo que le queda de su cordura.