Los fieles lectores, que sorprendentemente haylos, saben que siento una gran simpatía por los freaks. Esos que ahora están de moda pero que siempre -y sobre todo aquí en USA- se llevan miraditas de reojo y risitas contenidas por parte del resto de la población. Los adolescentes con acné y sobrepeso que creen, con cerril tenacidad, que ponerse un pijama de terciopelo les hará parecerse a su héroe favorito de Star Trek, o que blandir una espada de plástico les dará la letal gracilidad de un Aragorn o una Xena. La gente -cruel, pero certeramente- parodiada en Los Simpson.
Los freaks se agrupan, permítaseme el paréntesis didáctico, en fandoms: grupos de fans, o aficionados, a un libro, a un comic, o, mucho más probablemente, a una película o serie de televisión. Como en USA las cosas son mucho más interactivas, los fandoms son lugares extraños donde se conoce a gente que bien puede saber más de modos de producción, triquiñuelas legales, o estrategias de marketing, que muchos que andan cobrando por ello. Lo sé porque he buceado por algunos de ellos; la mayoría de pasada, en otros estoy más metida. Y estos expertos no se encuentran sólo en los fandoms multitudinarios como Star Trek, sino en series de poca vida, que vivieron una sola temporada, o dos, y luego murieron de muerte natural o por política de estudio, o por lo que fuera. Series como Forever Knight, o Robin of Sherwood, o The Invisible Man.
En estos casos, el fandom es casi exclusivamente femenino, y es una fuerza a tener en cuenta. Ya hablé de ellas una vez. Marujas en versión USA. Gordas, enfermas, medicadas, dulces como el arrope, con el sentido estético de una tienda del «Todo a 1 Euro», las habilidades organizativas y estratégicas de Napoleón, y la energía de una supernova. Tan pronto editan fanzines como montan enormes y horrorosas páginas web, o inician convenciones que acaban teniendo repercusión nacional. Son capaces de alquilar el hotel, invitar personalmente a 300 personas, montar tres o cuatro mesas redondas, decorar los vestíbulos, y cuidar del Huésped de Honor, todo ello vestidas con apretados corsés de cuero por los que se desparraman mollas blanquitas, sonriendo, charlando sin cesar, y contestando a siete preguntas a la vez, para, al acabar la convención, caer físicamente exhaustas por la falta de sueño y de comida adecuada.
Un ejemplo que conozco es Loralee, que a pesar de sufrir un tipo de dolencia muscular crónica que requería montañas de pastillas, encontró el tiempo, la energía, y el mal gusto necesarios para montar una página en honor a su actor favorito, regentar un foro sobre el mismo actor, y otra página de fanfics, atrayendo a una pequeña pero muy activa base de fans, amén de participar habitualmente en 5 listas de correo, acudir a varias convenciones, dos de ellas como organizadora, salir de una crisis de salud muy seria, encontrar trabajo de secretaria para salir del welfare al que su enfermedad la había lanzado, y conseguir así el dinero necesario para viajar a Inglaterra únicamente para ver a su ídolo en la obra que estaba por entonces representando en Londres.
Yo solía hablar con Loralee (compartíamos ese fandom en concreto) por las noches, así como con otros ejemplos de freak cortados por el mismo patrón. Y yo, que no me sonrojo, no sabía dónde meterme cuando la charla se ponía subidita de tono. Había que nadar con ellas o hundirse, y al cabo del tiempo adquirí un muy respetable arsenal de innuendoes que me ganaron el respeto de estas ajadas pero vitales profesionales del frikismo. El mantra de Loralee («Soy una inocente chica de campo») solía dejarnos a todas pensativas y con una visión muy diferente de las cosas que pasan por el campo. Loralee podía haberle dado lecciones a Petronio, si hubiera sabido quién es.
El martes pasado por la mañana encontraron a Loralee muerta en su apartamento. La enfermedad pudo con ella, pero no se tomó la molestia de avisar. Y yo descubrí que, al menos respecto al cariño que le tenía, «virtual» no es sinónimo de «falso». Loralee murió friki. Y sola, pero sólo físicamente. A veces los fandoms proporcionan tipos muy particulares de consuelo.
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