La inercia del solsticio nos lleva a decir Feliz Navidad un poco en automático, como una telefonista drogada. Las prisas lo convierten en una taquigrafía verbal, «flizavidá», más o menos, cuando lo decimos apretujado al final de una conversación no sea que se nos olvide, arrastrados por las sogas de guirnaldas verdes, rojas y doradas, y por los imperativos consumistas de esos que está de moda denigrar pero a los que todos hacemos caso. Casi todos.
A mí me da igual, porque el fallo del juicio de Dover me ha puesto contenta, y ya pueden venir atacando con villancicos por megafonía, belenes a tutiplén con figuras contrahechas de ojos pasmados, y repentinos ataques efímeros de armonía universal. Cuando pase la euforia navideña, voy a hacer un regalo al juez John E. Jones III, que se lo ha merecido, por un veredicto claro, concienzudo, razonado, justísimo, y divertido. Y es que, aunque a la mayoría de vosotros os resbale lo que pase en Dover, Pennsylvania, a mí me puso muy contenta y me dio un poco de esperanza, que buena falta hace, respecto al futuro de la ciencia en USA. Que es como decir en el mundo.
Ya sé que queda feo hablar de creacionismo y sus disfraces cuando lo que hay que hacer es usar muchos signos de exclamación y un abundante mezcladillo de iconos paganos y cristianos, bellos cuentos que nos contamos desde hace milenios para que la noche más larga no nos asuste y para alegrarnos por el regreso gradual de la luz vespertina. Cuentos de renacimiento y abundancia, compuestos mitad y mitad de miedos y deseos.
Pese a algunos intentos desesperados, hay pocas ganas de llevar estos días al terreno trascendente, y todo se convierte en un tiovivo sensual: luces, colores, sabores, comida, alcohol, besos, joyas y papel de regalo, chispas de oro y zafiro, esmeralda y plata y rubí, el aroma de las castañas asadas, charcos irisados en el asfalto, muñecos. La gente habla de comilonas y juergas, resacas, francachelas y jolgorios. Yo me pongo a enumerar como una loca. Son días de estar disperso, qué queréis que os diga, con las ciudades a medio gas y los días empachados de turrón y cascabeles. No estoy en lo que tengo que estar, en parte porque suelo vivir estos días un poco aparte, y en parte porque no paro de escuchar el CD que me regaló pjorge (esto de la lista de los deseos es una gran idea). Gozo auditivo del bueno, que me reconcilia no poco con el bombardeo estridente de falsa alegría de los días del solsticio. ¡Gracias, remajo!
Felices fiestas.