Palabrita. Era uno de los cuatro o cinco -o tres, o siete- manifestantes que acuden, con enternecedora fe y absoluto civismo, a manifestarse ante los juzgados de Corvallis en favor de la paz. Son unas manifestaciones muy, bueno… Muy de aquí. La gente acude con el semblante alegre del que va a una merienda campestre. Pasean por delante de la fachada principal, agitando pancartas caseras con slogans más o menos ingeniosos en tono siempre optimista, siempre cargadito de energía positiva y de apoyo a las tropas (no importa lo muchísimo que estés en contra de la guerra de turno; aquí, las tropas son sagradas y se las apoya siempre incondicionalmente). Charlan entre sí en voz bajita, saludan alegres a los recién llegados. Algunos coches, al pasar por delante del grupito, hacen sonar brevemente el claxon en solidaridad. Los manifestantes sonríen vagamente y forman el signo de la paz, pero con mesura, no sea que los tres o cuatro coches de policía estacionados alrededor se lo tomen a mal, cosa que no ha ocurrido aún.
Una horita más tarde, con la misma flema amable con que se hace todo aquí, los manifestantes lo recogen todo y se van, charlando y comentando lo positiva que ha sido la manifestación de hoy. Y al día siguiente, vuelta a empezar.
Estas son sin duda las manifestaciones más enternecedoras que he visto nunca.
Están locos estos gringos
Obelix dixit
¿De verdad cree usted que están locos Gus?