Bueeeno, pues hale, ya es hora de irse a casa. Qué bien, menos mal que antes he podido pasar por la tienda a comprar unas cosas que me hacían falta, así no me entretengo y cuando llegue a casa podré cenar tranquila y acostarme a buena hora.

Hale, a recoger. El bolso en bandolera; es pelín grande, tipo maletín, pero no veas lo bien que va cuando necesito coger el Macbook para algo. Hale. Y ahora el otro maletín, el del portátil del trabajo. Dicen que estos nuevos pesan menos, pero la verdad es que no se nota nada… Hup, arriba. Al otro hombro, así compensa.

Ah, las bolsas de la compra. Okey. En la mano que no lleva las llaves del coche, todo controlado. Amoallá.

Huy no, las carpetas del curso. Qué digo carpetas, ¡cartapacios! De esos negros. Grandes. Con anillas. Y resbaladizos, vaya si son resbaladizos. Debajo de este braz… nada, no, se escurren. ¿Y del otro? Bueno, pero entonces sacará las llaves la tía de alguien.

A ver, pensemos. Ya lo tengo: una bolsa de compra de las que guardo en el cajón, bien plegaditas. Meto aquí los cartapacios y ya está. Total, tengo cinco dedos: dos para las bolsas de la compra, otros dos para los cartapacios, todo correcto.

Anda leñe, la Valira Nomad de la comida. No pasa nada, se puede llevar en bandolera, menos mal. Hale, p’arriba.

Ahora sí: todo listo. Vámonos a casita que es más que hora.

Joer, qué estrechos hacen los marcos de las puertas; mira que no pasar con cuatro bultos encima… A ver, si me ladeo por el lado del maletín del ordenador paso bien. ¿Y ahora cómo abro la puerta del pasillo? Con el codo, eso es, ya está. Ahora tengo que ladearme por el otro lado, el de mi bolso y la Valira. Que por cierto se acaba de desplazar y se ha atascado en la jamba. Paciencia, medio pasito atrás. A veeeer, roza un poco pero me parece que… sí, ya pasa, ya.

Bueno, a partir de aquí todo es espacio despejado, salvo por las escaleras que suben, luego las que bajan, luego las que vuelven a bajar, luego la puerta, ¡ya estoy en la calle! Jo, cómo se clavan las asas de las bolsas en los dedos.

No pasa nada, ya casi estamos. Salvo por la inercia, que si te aceleras el peso de las bolsas te desequilibra cual péndulo, y encima el asa de la Valira se escurre y cada dos por tres acaba tironeándome de la curva del codo. Del codo del brazo del que también cuelgan los cartapacios y las bolsas de la compra, claro. ¿Ese ruido ha sido un petardo, o la articulación?

A ver. Llegaría a coger las llaves del coche si la Valira no estuviese por el medio. Airoso movimiento de cadera, y ya está. Ya está el asa de la Valira estrangulándome, quiero decir. No pasa nada, la hipoxia empieza a ser preocupante a los cincuenta segundos, tengo tiempo de sobra para abrir el coche.

Y ya sólo queda dejar los trastos, entrar, cerrar la puerta, volver a abrirla para apartar el asa del maletín del portátil de curro que se ha quedado pillada, volver a cerrar la puerta, arrancar, y llegar a casa.

Huy, llegar a casa, casi nada… ¿Os he dicho alguna vez que no tengo ascensor?