Clark Kent. No, en serio.Siempre me maravilló el misterio de la identidad secreta de los superhéroes. Es una de esas ficciones que, como los Reyes Magos, sabemos falsas, pero que jugamos a que sean ciertas por ese gusanillo pequeño pero muy terco que nos impulsa a respetar la historia, el cuento, la narración (¿recordáis aquello de «no dejes que la realidad te estropee una buena historia»? Claro que creo que la frase se aplicaba al periodismo…)

Superman. Que sí, hazme caso.Así que Superman se ponía unas gafas y corbata y se convertía en Clark Kent, y nadie se daba cuenta. Lois Lane (Luisa Lanas cuando los tebeos nos llegaban traducidos de Sudamérica), a pesar de trabajar codo con codo junto al tímido Clark, jamás reparó en tan insignificante detalle, ¡y eso que era periodista! Y esto inició una moda de idiocia miope como ha habido pocas. Batman / Bruce Wayne tiene un pase (flojito, es verdad) porque la máscara orejuda de Batman cubría casi toda la cara, pero aun así, quien crea que la forma de una boca o un mentón no son significativas, va listo. Spiderman fue más cuco porque se puso pasamontañas (aun no sé cómo veía por esas cosas blancas que tenía en los ojos), y al menos los escritores se asomaron al mundo real lo suficiente como para darse cuenta de que el chico tenía que lavarse el traje (cosa que nunca vi hacer al resto). Pero un número increíble de superhéroes se apuntó a la moda del antifaz (ceñidito, encima, para no tener ni que esconder la forma de la cara) y ¡presto!, era mejor que un lavado de cerebro. Y digo yo, ¿a qué oftalmólogo iba Clark Kent? ¿Y no se daban cuenta en la óptica de que sus gafas no eran graduadas? ¿Y quién enseñó costura a Peter Parker? (buen gusto nadie, eso seguro).

Lo encantador de la lógica de la identidad secreta de los tebeos es que si yo, pongamos por caso, acudo un día al trabajo vestida de azul, y al siguiente de verde, nadie debería reconocerme. Anda que no tendría guasa la cosa.

¿Y qué hago yo hablando de tebeos otra vez? ¡Ni que me gustaran…!