Hojas muertas y vivasMe gusta esa palabra. Y como se me han terminado las mandarinas, pues algo tengo que hacer para endulzar estos días. Los no biólogos que tienen la amabilidad de leerme quizá no lo entenderán mucho si digo que me dedico a remover hojas con un palito para ver lo que hay debajo.
No es un mundo monocromo: posee toda la gama de los marrones, con chispitas de plata, rojo oscuro, y delicados tonos café. También los bichos. Es un mundo en miniatura no lo bastante espectacular como para salir en los documentales de la 2, pero sí lo bastante interesante como para mantenerme apartada de los periódicos un rato.
Me pregunto qué percepción tendrán estos bichos. Sé de su fisiología y su sistema nervioso y sus hábitos y esas cosas, pero hoy, mirando una escolopendrita de menos de un centímetro de longitud abriéndose paso bajo una hoja que para ella era del tamaño de un salón comedor, me dio un ataque trascendente. Estas cosas son peligrosas, se empieza preguntándose cómo es el mundo para una escolopendra y se termina filosofando sobre la epistemología cuántica o algo así. El único remedio es un café.
Pero antes del café me quedé un rato fastidiando a la escolopendrita, y en el proceso desenterré también una colonia de bichos pálidos y patudos que se dispersaron renegando, un bichito de bola que pasó mucho de mí, y una lombriz que emergió parcialmente de entre el humus negro, como una ballena roja, y al notar luz sobre la piel se deslizó de nuevo a las profundidades con lentitud glacial.
Cuando yo emergí a mi vez de mi pausa naturalista me di cuenta de que un grupo de niños de la guardería cercana me habían estado observando con atención científica, mientras yo hurgaba entre las hojas con un palito. Consideré cerrado el círculo y me fui a por el café con la satisfacción del deber cumplido y cierto complejo de bicho patudo.