Los estudiantes de la OSU están hoy en huelga, como protesta contra la guerra (todos hablamos ya de «la guerra», como algo imparable en un futuro inmediato, ¿os habéis fijado?). Como casi todo lo que se hace aquí en plan protesta, la cosa es muy tranquilita y muy diver. La gente que quiere va a clase, la que no, no, y el Quad está lleno de tenderetes y puestos para firmar y protestar de varias maneras creativas: jugando a los bolos, compitiendo en carreras de obstáculos, o pegando una enorme alfombra de retales. Me he pasado un rato por allí y me he encontrado con quizá 200 personas en los escalones del MU y alrededores, escuchando a un joven muy pelirrojo leer un discurso contra la guerra. Cada pocas frases la gente aplaudía o vitoreaba según todas las reglas de protocolo de cualquier protesta que se precie. Abundaban los carteles confeccionados según la famosa técnica de cartulina-y-cinta-adhesiva, y otros más improvisados hechos a base de escribir en un folio con rotu gordo y pegárselo al pecho o a la espalda con la sempiterna cinta adhesiva. Había muchos alumnos y bastantes profesores. Señoras con gafas gruesas y melenas ralas y estropajosas repartían folletos amarillos sobre una protesta que no guardaba ninguna relación con la oficial. La gente puntuaba el discurso con comentarios ingeniosos. No se oían tacos ni insultos especialmente groseros. No había ni un solo uniforme de Seguridad a la vista, y la verdad es que no parecía que hiciera ninguna falta.
Todo el asunto tenía ciertos visos de irrealidad aislada; fuera del área ocupada por los manifestantes, no pasaba nada especial. Dentro, había gente intentando con cierta desesperación hacer o decir algo que, sin ser considerado subversivo o maleducado, pudiera cambiar la inercia mastodóntica de lo que está en marcha. Casi podías sentir la suave presión de la frontera entre dos mundos, una sensación como de atravesar una zona blanda de presión negativa para reemerger al otro lado con un «pop» algodonoso. Sigo preguntándome en cuál de los dos lados de la frontera está el mundo real.
La Universidad nunca ha sido el mundo real, y menos la americana.
Pero ¿qué pasa fuera?
Podría haber vuelto a titular este post como el anterior: «buscando flores».
P.D. Siento no poder ayudarle en sus dudas ontológicas, pero es que a mí la realidad en cuanto intento echarle el guante se me escurre entre los dedos como el agua; por eso me quedo con el aroma.
¿La realiad? Depende de si te has tomado la pastilla roja o la pastilla azul.