Y me van a perdonar el segundo título en inglés en tirereta, pero cuando la estupidez toma el té, justo es que se sepa. Y es que parece que no quieran ni dejar que se seque la tinta de anteriores historias para volver a darnos un disgusto.
El disgusto, en este caso, es este. No se molesten en pinchar, ya lo cuento yo; es un enlace a un artículo en inglés que dice que en seis nuevas escuelas en sitios ingleses terminados en -side van a enseñar creacionismo a la vez que la teoría de la evolución.
Ya sabéis que esto me pica. Y no soy la única, véase esto y esto. Y me pica hasta el punto de pensar que el vitriólico Dawkins está siendo demasiado suave cuando dice que lo que están haciendo en Tyneside, Wearside y Teesside es «libertinaje educativo».
¿Que por qué me pica tanto? Veamos un ejemplo práctico. Imaginaos que empieza el curso y llega un señor a clase y le dice a la profesora:
— A ver, este curso vamos a dar paralelamente la teoría de que los aviones vuelan por principios físicos, y por otro lado que los duendes son los que los hacen volar. Presentaremos ambas posturas. Una es una teoría, la otra es una doctrina de fe. Los niños deciden.

¿Otro? Venga, otro. Imaginaos que empieza el curso -este u otro, tanto da-, y llega una señora a clase y le dice al profesor:
— A ver, este curso vamos a dar paralelamente la teoría de la deriva continental, y por otro lado que los continentes se mueven porque por debajo de la corteza terrestre existe una raza de lagartos alienígenas que empuja muy fuerte muy fuerte muy fuerte y lo arruga todo. Presentaremos ambas posturas. Una es una teoría, la otra es una doctrina de fe. Los niños deciden.

¿Más, o ya lo váis captando? Va, uno más. Imaginaos que empieza el curso -uno cualquiera- y llega un quidam a clase y le dice al docente de turno:
— A ver, este curso vamos a dar paralelamente la teoría de la evolución de las especies, y por otro lado que un ser sobrenatural creó de la nada todas las especies tal cual las vemos ahora y las colocó en una tierra que creó hace seis mil años, donde han estado desde entonces. Presentaremos ambas posturas. Una es una teoría, la otra es una doctrina de fe. Los niños deciden.
Pues no, señores. No, Sir Peter Vardy, autor de la hermosa, y desgraciadamente verídica, parida de las últimas líneas. Decir eso es una estupidez tan grande como los dos ejemplos anteriores, ficticios al menos de momento (ya no me fío). La evolución es un hecho, no una historieta que podemos cambiar a placer cuando no nos gusta. La teoría de la evolución es la mejor explicación de que disponemos hasta el momento para explicar el hecho de la evolución, y hará falta muchísimo más que un montón de gente negando con la cabeza y tapándose los oídos con los dedos para que empiece a temblar ni siquiera un poquito. La palabra «teoría» en ciencia tiene un significado muy, muy, muy distinto al del lenguaje cotidiano. Los hechos no se deciden por consenso, la educación no puede ignorar la realidad, y sobre todo los niños no deciden. Lo han entendido todo fatal. Docente, edúcate a ti mismo. Y perdonen el ataque de cursivas; estoy cabreada.
No se puede tomar unas mentes que se están formando y llenarles la cabeza de ideas contradictorias, otorgándoles una capacidad de juicio que no tienen manera de haber adquirido. No se puede tomar una de las teorías más sólidas, elegantes, probadas y firmes de toda la historia de la humanidad y ponerla en régimen de igualdad con un mito más o menos cristiano. Es contraproducente, es peligrosísimo, y es profundamente idiota. Y perdonen la negrita, pero sigo cabreada.
Y que nadie me venga con que eso «no ha pasado aquí». Eso ha pasado aquí. Porque ha pasado allí. Porque la necedad se propaga más rápido que un incendio forestal, y con resultados igual de malos. Porque tomar esto como una curiosidad de los ingleses, tan excéntricos ellos, oh my God, es cerrar los ojos una vez más a lo que también pasa aquí: en España la evolución se entiende exactamente igual de mal. Es tratada exactamente igual de mal por los medios de comunicación. Es vulnerable exactamente a los mismos ataques pseudocientíficos. Y tenemos muchísimos menos recursos para luchar contra el auge de las pseudociencia que esos países a los que ahora miramos con risitas de superioridad.
No deciden los niños; decidimos nosotros. Para ellos. Y no lo estamos haciendo bien.