Llega un momento, en la vida de toda Daurmith, en que tiene que venir a Colonia, mirar el majestuoso Rin, mirar luego la preciosa Catedral, tomar aire, y decir "Qué frío hace aquí".

Cumplido tan serio trámite, y con las orejas doloridas, no cabe más que meter las manos en los bolsillos y olvidarse por completo del aire gélido y de la llovizna polar mientras caminas por una ciudad bonita, manejable, amiga de peatones y ciclistas, con chisteras en los escaparates y una cantidad a todas luces sensata de bares, cervecerías y restaurantes en los que te sirven lo que parece el codillo de cerdo más grande del mundo (con chucrut y puré como está mandado), y unas cañitas de una cerveza dorada, fresca y suavecita, que desaparecen cuando se quedan vacías y son sustituidas por otras llenas de más cerveza recién tirada, al parecer eternamente o hasta que pides clemencia.

Entre estos agradables intervalos han quedado diez horas de reuniones, presentaciones, visitas y trabajo, pero de eso aquí no se habla. Se habla de que Colonia mola, que creo que es un dato de interés más general. Y sí, tienen un museo del chocolate. Y no, no pienso ir, ¿estáis locos? Si lo hago me encuentran fallecida pero feliz en la tienda del museo, fijo.