Llegó el momento. Llegó el temido lunes. Y llegó también el temido ¡capítulo cuarto! de la historia de Holmes. Bueno, no sé si es temido, pero al menos llegó, y con él entramos en la recta final de la historia.
Gracias, como siempre (pero nunca lo suficiente) a todos los que leéis y comentáis, sobre todo aquí y en Twitter; vuestra amabilidad me recuerda por qué empecé un blog y por qué pienso seguir con él (guiño guiño).
Para los que llegan a mitad de película:
En el Capítulo Primero vimos que un Watson bastante hecho polvo va a ver a Holmes, que está en plena forma y lo demuestra sometiendo a su amigo a un bombardeo deductivo. Gracias él sabemos que Watson recibió en curiosas circunstancias un abrigo de color amarillo, que le fue robado y devuelto en cuestión de minutos, incidente que le contó a Holmes en el Capítulo Segundo. Este hecho picó la curiosidad del detective, que se dedicó a investigar, o más bien a enviar a Watson a averiguar más cosas sobre el anterior poseedor del abrigo. En opinión del detective, el abrigo oculta algún secreto importante. Watson, que como se cuenta en el Capítulo Tercero solo quiere dormir, lleva todo el día esperando el prometido mensaje de Holmes respecto a sus progresos en el caso. Cuando tal mensaje no llega, cosa poco habitual en Holmes, Watson decide pasarse por Baker Street…
CAPÍTULO CUARTO Nuestras habitaciones de Baker Street siempre habían guardado la impronta de la personalidad de Sherlock Holmes antes que la mía. Además de la mesa enteramente ocupada por su instrumental químico o el correo clavado con un cuchillo en la repisa de la chimenea, la salita siempre mostraba una profusión de papeles distribuidos por toda superfice a propósito —y algunas que no lo eran tanto— revelando los diferentes intereses que en un momento determinado ocupaban la atención del detective: partituras, palimpsestos, análisis químicos o periódicos de toda Europa con noticias de criminales eran la decoración habitual de la estancia, que nunca se caracterizó por estar precisamente ordenada.
Sin embargo no fue eso lo que me hizo quedar clavado en el umbral de la salita, helado por un escalofrío que nada tenía que ver con la tarde fría y lluviosa.
La puerta había sido forzada. La mesa de instrumental químico había sido volcada y todo su contenido esparcido por el suelo: vasos, tubos, retortas y redomas desparramadas o hechas añicos sobre la desgastada alfombra. A las pilas de papeles en sillas y mesas auxiliares se unía el contenido de los archivadores de Holmes, abiertos y destripados. El escritorio había sido reventado, y un largo tajo en el sofá por el que asomaban grandes copos de relleno de lana hablaba de una búsqueda violenta pero sistemática. En un rincón, el Stradivarius del que Holmes estaba tan orgulloso parecía haber escapado sin más daños que una cuerda rota. No así una de las estanterías, destrozada en el suelo, ni uno de los bastones de Holmes, partido en dos cerca de la chimenea.
La violencia del registro, el caos de la habitación, y lo que ello significaba me paralizaron unos instantes hasta que un pensamiento todavía más aterrador se abrió paso en mi mente.
—¡Holmes! —grité— ¡Holmes!
—Estoy aquí, Watson —llegó la voz de mi amigo desde su habitación. El alivio me hizo apoyarme contra la jamba de la puerta.
—¡Gracias a Dios! —exclamé, dando un paso al interior—. Holmes, ¿está usted bien? ¿Qué ha ocurrido?
Holmes estaba saliendo de su habitación, vestido con las mismas ropas de trabajo de la víspera. Apretaba un pañuelo contra un lado de la cara con una mano ensangrentada, pero su paso era elástico y seguro.
—¡Una crisis, Watson, una crisis! Confieso que no esperaba que ocurriera tan rápido ni con esta… —su mirada paseó por el destrozo en la habitación— intensidad.
—Y está usted herido —dije, señalando la marca en su pómulo, que Holmes había descubierto para examinar el pañuelo, manchado también de sangre.
—Naderías —replicó mi amigo con un gesto despreocupado de la mano—. Sus servicios son totalmente innecesarios, Watson.
—Eso me corresponde decidirlo a mí —dije con severidad, buscando en vano algún sitio donde poder dejar mi empapado abrigo.
—Me temo que el perchero está roto —dijo Holmes, siguiendo sin dificultad mi tren de pensamiento—. Pero está bien, pase; creo que a los dos nos vendrá bien algo de brandy, en todo caso. Deje el abrigo en cualquier lado, no creo que el estado de las alfombras pueda empeorar mucho más. Le contaré lo que ha ocurrido.
Mientras hablaba, Holmes guardó el pañuelo en el bolsillo y se dirigió a la chimenea para encender el fuego. Yo encontré el botiquín que Holmes guardaba cerca de su mesa de trabajo, en previsión de accidentes durante los experimentos, y entre los dos enderezamos un par de sillones y una mesa.
El brandy había escapado milagrosamente al destrozo. Sólo había sobrevivido una de las copas, pero Holmes rescató un vaso de precipitados que (me juró) estaba limpio. En cuanto el calor del primer sorbo me recorrió los miembros me sentí mejor.
Holmes, por su parte, se había sentado más cerca del fuego que yo. Un leve temblor en la mano que sujetaba el vaso me reveló enseguida que mi amigo no estaba ni mucho menos tan indemne como me quería dar a entender, de modo que eché mano al botiquín.
—Déjeme ver —ordené—, y cuénteme qué ha pasado aquí.
Holmes volvió obedientemente la cara y vi que tenía un fuerte golpe en el pómulo, que empezaba a ennegrecerse. La fuerza del impacto había roto la piel en un corte por el que todavía escapaban algunas gotas de sangre.
—Esto no es un golpe leve —dije, limpiándolo con cuidado—. ¿No tiene más heridas? Enséñeme la mano.
—¿La mano? —Holmes se miró sorprendido los nudillos reventados—. Ah, no es nada: consecuencias inevitables de golpear con cierta fuerza la cara de un hombre.
—Que le devolvió el favor con creces.
—Tenían porras. Y en todo caso se fueron chasqueados. ¡Pensaron en serio que podían registrar Baker Street y encontrar algo que yo no deseo que sea encontrado! ¡Ja! —Holmes sonrió e hizo una mueca cuando el gesto hizo despertar la magulladura de su pómulo.
—¿El abrigo? —pregunté, empezando a limpiar los nudillos desollados de mi amigo.
—Por supuesto. Cuando mis telegramas no obtuvieron fruto y una nueva incursión al East End se reveló igualmente inútil me dirigí a Scotland Yard con la idea de pedir un favor a Lestrade. Pero poco antes de llegar a Victoria Street me di cuenta de que me seguían.
“Sabe usted, Watson, que Londres, aparte de mi hogar, es mi territorio y mi coto de caza. Puedo decir sin falsa modestia que nadie con vida hoy conoce esta ciudad mejor que yo, de modo que no me costó gran cosa despistar a mis perseguidores, y menos aún encontrarlos y seguirlos a mi vez sin que me vieran.
“Durante cosa de una hora me divertí mucho viendo cómo discutían entre ellos sobre qué convenía hacer. Pero en cierto momento mi optimismo me jugó una mala pasada porque tomaron un coche en una calle transitada y les perdí de vista. Si me estaban siguiendo, ¿era para saber dónde estaba, o para determinar dónde no iba a estar? La respuesta era obvia. Deduje de inmediato que irían a Baker Street, pero por desgracia, aunque me di toda la prisa que pude, me habían sacado cierta ventaja.
“Cuando llegué encontré las habitaciones como usted las ha visto, y a Bull y a su socio destripando mi dormitorio con más entusiasmo que técnica. Cruzamos —Holmes indicó la herida de su cara con la mano libre— ciertas palabras, como ha podido ver. Me satisface decir que ambos abandonaron rápidamente todo intento de seguir con su empresa y salieron escaldados a más que respetable velocidad. Me extraña incluso que no se los cruzara usted.”
—Me alegro de no haberlo hecho. No creo que hubieran salido tan bien parados como usted los dejó —gruñí, mientras aplicaba yodo a uno de los nudillos de Holmes, que siseó—. Estese quieto. ¿Por qué no llamó a la policía?
—La policía, la policía… Llamaré a la policía cuando crea que la policía puede ser de alguna utilidad —rezongó Holmes —. ¿Ha terminado ya? No, no, no la vende.
—Holmes, no es prudente que deje sus manos desprotegidas. Maneja usted productos químicos y venenos con frecuencia —dije—. Una herida abierta…
Holmes me cortó con un gesto.
—No es momento de experimentos de química, doctor, sino de… ¡por Júpiter!
Mi amigo se levantó bruscamente, haciéndome tirar el frasco de yodo y las hilas de algodón.
—Holmes, ¿es que no es capaz de estarse quieto ni siquiera para…? —empecé a decir, irritado.
—¡Watson! ¡Watson, soy un bobo, un ciego inútil, un cretino que no ve más allá de sus narices, un completo y absoluto incapaz! —en su excitación, Holmes se había puesto a pasear arriba y abajo por delante del fuego, gesticulando como un poseso—. ¡Merezco trabajar para Scotland Yard como su chico de los recados, merezco ser el limpiabotas de Lestrade!
—¡Holmes! —durante un instante me alarmé, creyendo que durante su pelea con los intrusos Holmes se había llevado algún golpe más fuerte de lo normal en la cabeza, pero de inmediato quedó claro que la causa era enteramente otra, cuando mi amigo entró en su habitación de un salto, hurgó en ella unos instantes —durante los que escuché el ruido de porcelana rompiéndose— y reapareció con el abrigo en la mano. Revisó rápidamente algo en el forro y las costuras a la altura del cuello, olisqueó la tela, y luego echó la cabeza hacia atrás y se echó a reir.
Mientras tanto yo me dediqué a recoger mis cosas, irritado por el desprecio de mi amigo por mis consejos médicos, pero secretamente complacido al ver su evidente e incluso contagioso deleite.
—¿Entiendo que esto quiere decir que tiene el caso algo más claro?
—¿Algo? Mi querido amigo, está claro como la luz. Si no lo vi antes fue porque no tenía a mi Watson conmigo.
—¿A mí?
—A usted. ¡Pero no hay tiempo que perder! Debo enviar unos telegramas urgentes, si nuestros visitantes me han dejado con qué hacerlo, y avisar a Scotland Yard de inmediato. ¡Cuando dije que este caso era más de lo que parecía no me equivocaba! Y respecto a usted, Watson —soltando el abrigo, Holmes vino hacia mí y me agarró por los hombros—, ya he abusado bastante de su paciencia y de su amistad. Váyase a casa, descanse, y no se preocupe por nada.
—Pero Holmes, si ha resuelto el caso…
—No nos confiemos, Watson —replicó Holmes, con los ojos brillantes—. Digamos que he dado con una explicación que concuerda con los hechos. Pero sería aventurado por mi parte decir que lo he resuelto. Necesito confirmación de unos cuantos datos y no la podré conseguir sin algo de trabajo previo.
Mientras hablaba, Holmes me había guiado con cortés firmeza escalera abajo hasta la calle.
—Sabe usted —dije con toda la convicción que pude reunir, ya en la acera— que puede contar conmigo si necesita ayuda.
—No se me ocurriría dudarlo ni por un momento, Watson —dijo Holmes afectuosamente desde el umbral—, pero le aseguro que en estos momentos no es necesario. Insisto en que pase una buena noche de descanso. Mañana, estoy seguro, tendré en mis manos todos los cabos sueltos y podré ofrecerle una explicación enteramente satisfactoria.
No había manera de hacer cambiar de opinión a Holmes cuando se había decidido por un curso de acción, y en cualquier caso entendí la fuerza de sus argumentos, de modo que me despedí de él y eché a andar calle abajo, buscando un coche que me llevara de vuelta a mi hogar.
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No sabría decir exactamente en qué momento me di cuenta del peligro que corría. Las calles de Londres nunca han albergado un terror especial para mí, de día o de noche, y probablemente mi cansancio fue suficiente para evitar que me diera cuenta de que me estaban siguiendo. Cuando por fin lo noté, ya era tarde.
Las pisadas de los dos hombres llevaban algún tiempo sonando detrás de mí, pero sólo reaccioné cuando se acercaron más allá de lo que la cortesía dictaba. No pude hacer gran cosa: uno de ellos me aferró por el cuello desde atrás, y aunque reaccioné con violencia, por puro instinto, tenía la ventaja de la sorpresa. El otro apretó inmediatamente algo duro contra mi costado, conminándome a no emitir ni un sonido, y entre los dos me arrastraron como si fuera un pelele a un portal oscuro. Allí el que me tenía agarrado afianzó su presa mientras el otro, todavía apretando lo que parecía un cuchillo contra mis costillas, hurgaba en un bolsillo. El olor dulzón del éter llenó mi nariz, y en un instante me di cuenta de lo que pretendían.
Redoblé mis esfuerzos, intenté gritar, pero el trapo fue aplicado contra mi boca y nariz y pronto sentí que perdía el conocimiento. Mi último pensamiento consciente fue Holmes, he dejado solo a Holmes.
Luego me sentí caer con el zumbido de un millar de colmenas llenando mis oídos.
¡Watson! ¿Pero qué…? Bueno, mejor no digo nada. Nos vemos el lunes que viene con el siguiente capítulo, el quinto. Y penúltimo.
En el (ya publicado) CAPÍTULO QUINTO…
¿Cuánto tiempo…? — Una puerta y una ventana — Planes — Conmoción.
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¡Aquí está! Un nuevo capítulo para alegrarme la mañana del lunes, y como siempre, está más que a la altura de las expectativas. Sigue teniendo ese \’feel\’ de las aventuras clásicas de Holmes, pero es fresca y original. ¿Qué irán a hacerle a nuestro pobre Watson? Él, siempre pendiente de Sherlock (y dedicándole su último pensamiento antes de perder el conocimiento, gran detalle). Holmes está perfectamente caracterizado como el genio excéntrico y de actuación rápida que es. Enhorabuena de nuevo, no puedo esperar a leer el resto 😀
¡Watsooon!
Hoy me he leído el capítulo antes que nunca, y eso significa tener que esperar más que nunca para que esté el siguiente… 🙁
Me encanta cómo estás caracterizando a Holmes. Me dan ganas de ponerme a leer más historias suyas de lo que he hecho hasta ahora 🙂
Y confieso que cuando dice que ha sido \»una crisis\», pensé que tal vez la frustración de quedar atascado en el caso le podía haber hecho causar esos destrozos él mismo… Habría resultado preocupante.
¡Medio mes para el desenlace! Lo quiero ya… XD
\»Digamos que he dado con una explicación que concuerda con los hechos. Pero sería aventurado por mi parte decir que lo he resuelto. Necesito confirmación de unos cuantos datos y no la podré conseguir sin algo de trabajo previo.\»
Holmes, el detectivo consultor científico experimentalista.
M\’encanta 😀
Se sigue leyendo con deleite y mucho interés. Tengo ganas de saber qué pasa con el abrigo!! Y eso que yo soy muy perezosa para el fanfic. Me encanta lo de los telegramas en la época XDDD Ahora serían tan poco prácticos! Y los dos están bien perfilados con respecto al canon.
La sra. Hudson va a terminar por no devolverles la fianza verás XDDD
Ostras, @_bluepainter, muchísimas gracias. Que comentéis ya es fantástico, pero que encima seáis así de amables… Efectivamente he intentado no irme demasiado del Canon, aunque tampoco ceñirme tanto como para resultar apolillada. Veremos hasta el final qué tal…
DarkSapiens, si te puedo animar, aunque sea un poquito, a leer las historias cortas, ya habré hecho mi buena acción del mes. Las novelas están bien, pero para mí nada como las historias cortas, así que por mí, cuando quieras. En el capítulo 5 tendrás suficiente para desenlazar algunas cosas, no todas, eso sí.
¡Gracias Fisilosofo! A mí también m\’encanta la racionalidad de Holmes. Y como concuerda con mis propias filias, pues… 😉
Jo, más gracias enormes, olatz. Yo a estas alturas de escribir también tenía ganas de saber qué pasaba con el abrigo, también, no creas XDDD. El fanfic es un género algo maldito, y con toda la razón. Hay algunas joyas ocultas (y son joyas, y están muy ocultas), pero la mayoría no tiene entidad suficiente para merecer leerlo. Intento que el mío sea un poquito mejor, y para eso, nada como tener buen material…
¿Y cómo que serían poco prácticos? ¡Son prácticamente Whatsapp! XDDD Holmes sería whatsappero de pro, seguro. Ya lo es como Sherlock; uno de los guiños más genuinos y divertidos de la serie de Moffat. Y creo que la Sra. Hudson ya ha dejado a su inquilino por imposible: disparos, maniquíes, señores que doblan atizadores, detenciones en el piso… Por no hablar de las prácticas de tiro de Holmes.
Me habéis alegrado MUCHO el lunes, ¡gracias a todos!
Bueno, yo no estoy diciendo ni mu, más que nada porque el suspense me tiene en suspenso. Pero vamos, que está genial.
Eso sí, ya lo he resuelto. El abrigo es de Agatha Ruiz de la Prada de su época de hincha del Cádiz C.F. y lo importante no es el abrigo en sí, sino la bufanda… bueno, no se lo quiero reventar a nadie, me callo 😛
SPOILERS
Misterio, emoción, intriga, dolor de barriga… ¡La cosa se ha puesto a tope en un sólo capítulo!
Como ya han comentado por ahí, dan ganas de leer más cosas del Holmes clásico; yo sólo he leído una recopilación de historias, pero era muy chico y apenas recuerdo más que me fascinaron. Debería releerlas o ampliar el espectro… ¿recomendaciones?
No puedo dejar el comentario sin preguntar lo que todos los lectores se estarán preguntando… ¿¿dónde se consiguen los cupones y por qué se pueden canjear??
Yo te recomiendo mucho la relectura de las historias cortas, empezando por el principio (no es imprescindible pero a mí me gusta), Escándalo en Bohemia. Son maravillosas (no todas, no me ciega el fangirlismo).
¿Los cupones? Ya sabes cómo van estas cosas: si alguna entrada del blog llega a las 500 visitas, o la versión digital del relato recopilado a las 500 descargas (soy humilde), se sorteará algo que todavía no he decidido y que probablemente mole menos de lo que yo creo que debería molar…
\»Merezco ser el limpiabotas de Lestrade\» jajaja!
Y qué ternura, Watson, preocupándose de Holmes justo antes de perder el sentido, como ya ha comentado la compañera (no piensa en su señora porque sabe que la tiene segura en su domicilio, claro…). Es el ejemplo vivo de la lealtad.
Qué grandísima pareja de la Literatura, y qué gran homenaje.
El lunes más!
El lunes el ¡penúltimo! capítulo. Que no quiero hacer sufrir a Watson más de una semana, pobre…
Te resumo mi interés en el relato Daurmith: corriendo por al aeropuerto para embarcar mientras me conectaba para descargármelo y poder leerlo offline durante el despegue 🙂
Gracias por transmitir el sentimiento de \»espera-emoción\» de leer un relato por entregas, como se hacía antes 🙂
Halaaaa, nonono, gracias a ti por leer y por contarme eso, te imagino perfectamente (salvo por no haberte visto nunca, creo XDDDDDDDDD)
AINS, por fín me estoy poniendo al día… Corro RAUDO Y VELOZ a la siguiente entrega!
Señor Conde, ¡no se me lesione! Que le queda esa y otra y ya :-D, o quizá :-(((