¡Ya tenemos la primera contribución! Se la debemos, y se la agradecemos, a Luis Capote, que centra muy bien el tono de la historia y la une con la anterior sin que se vea una costura ni media. Hela:
Mientras dábamos buena cuenta del té, la tarta y los bizcochos, caí en la cuenta una vez más, de lo sorprendente que me resultaba, después de tantos años, ver a Holmes pasar de una preocupante apatía a una actividad exultante. La respuesta era siempre la misma; evidente, aún a mis ojos. Mi viejo amigo sólo parecía disfrutar de la vida cuando se enfrentaba a un desafío a la altura de su intelecto y de sus capacidades, y aunque no lo reconociera, cuando explicaba los mecanismos que le habían llevado a la solución del problema.
– Mi querido Watson -dijo tras terminar su segundo trozo de tarta coincidirá conmigo en que vivimos tiempos interesantes, desde el punto de vista de la ciencia. Cada día nos llegan noticias de nuevos descubrimientos o de curiosos inventos que hacen nuestra vida más llevadera y que yo, personalmente, agradezco en la medida en que me ayudan a desempeñar mejor mi humilde oficio, que es el de llevar ante la justicia a toda suerte de criminales.
– Así es, Holmes -contesté yo-. Como médico, he tenido ocasión de maravillarme con las novedades que han llegado a mi profesión en los últimos años. Podemos salvar más vidas o, al menos, hacer su sufrimiento más llevadero, pero no entiendo qué tiene que ver esto con la aventura que nos ocupa.
Holmes sonrió.
– ¡Ah, amigo mío! Siempre tan impaciente. Tiene todo que ver, pero no adelantemos acontecimientos. Dígame ¿cree usted que todas esas novedades, como ha dado en definirlas, han redundado en un mejor conocimiento del mundo que nos rodea?
– Bueno, francamente, no sé como contestar a esa cuestión, pero me atrevería a decir que sí -respondí, un poco más perdido que antes.
– Pues lamento contradecirle, Watson, pero no puedo compartir esa contestación tan optimista -dijo mientras tomaba un largo sorbo de té- y el fundamento de mi disidencia se halla en la escena que ambos hemos protagonizado hace unos instantes. Pese a todo el tiempo que llevamos juntos, usted se dejó llevar, casi seducir por la explicación menos plausible, más ilógica, desechando la más evidente, lógica y consecuentemente, elemental.
– Holmes -protesté-, creo que a veces se burla usted de mí. Sus capacidades como investigador son muy superiores a la media, y eso es algo en lo que coinciden todos cuantos le han conocido. No por nada es usted el detective más afamado de nuestro tiempo.
– ¡Bah! -me atajó con un gesto displicente- Exageraciones provenientes de lectores obnubilados por los relatos que usted edita a través de Sir Arthur Conan Doyle. No entiendo por qué insiste en retratarme como una especie de superhombre con ojos en la nuca, cuando siempre hago hincapié en demostrarle, en cada una de nuestras múltiples aventuras, que mis deducciones no tienen nada de sobrenatural, y que cualquier persona con un mínimo de paciencia, observación y conocimiento, podría llegar a alcanzar.
– Temo no estar de acuerdo con esta afirmación, amigo mío. Minusvalora usted sus virtudes o sobreestima las del resto de la humanidad. Los periódicos, el gobierno de Su Majestad y medio mundo reconocen su valía y afirman que es usted un personaje único.
La modestia nunca fue un rasgo del carácter de Sherlock Holmes, y por ello me sorprendí cuando el detective rechazó mi sincero elogio con un impaciente movimiento de cabeza.
– Por favor, querido Watson. Se lo ruego; deje de verme así. Lo que yo hago ni siquiera es nuevo. Cuando hace algún tiempo estuve en Europa Central, haciendo un pequeño servicio a la Corona de Austria, tuve ocasión de hojear un manuscrito medieval donde se relataba cómo un monje paisano nuestro, merced a sus dotes de observación, podía identificar a un animal perdido, aún su nombre propio, sin haberlo visto nunca. También él se esforzaba en explicar a sus coetáneos que sólo se limitaba a observar y razonar, pero éstos preferían pensar siempre en lo sobrenatural, lo arcano, lo oculto. Es terrible pensar que en cuatrocientos años, la civilización parece haberlo descubierto todo y sin embargo, no ha aprendido nada de ello.
– Sigo sin ver a dónde nos lleva todo esto, Holmes. Le ruego que me disculpe.
– Watson, veo que no hay manera de hacer carrera de usted -dijo Holmes con amable chanza-. Pasemos pues al relato en cuestión, pero le ruego encarecidamente que no olvide usted lo que acabo de contarle, ya que, al correr de la narración, caerá usted mismo en la cuenta de la importancia que tiene para la misma.
De la siguiente parte se encargará servidora, y luego volveré a abrir la veda. ¡Permanezcan atentos a la pantalla!
¡Muy bien Vengador!
/me disfrutando que se rila
Caray, esto está muy bien, pero comparto la impaciencia de Watson: ¡sigue, Daurmith, por favor! Y que el siguiente no tarde tampoco, así que ya puede ir pensando en ideas chulas 😉
¿Aparicion estelar de Guillermo de Baskerville? :DD
No sé si es que lo leí rápido pero, ¿se puede hablar mientras se toma un largo sorbo de té?
No es una pega, sino una prueba de que se queda uno enganchado e intentando leer con atención.
Ni una costura, ni media, ‘festivamente.
/me se queda sentado en el borde de la silla.
Dem, un poco de intertextualidad es una cosa muy sana de vez en cuando… 🙂
lgs, er, será que Holmes es muy hábil, o algo… Ejem…
Está muy bien. Más, más, por favor. 🙂
Un sorbo es, por definición, corto. Si no lo fuera sería un trago. Así las cosas, pues, «largo» es aquí un hermoso epíteto y hace referencia a la impaciencia del Dr. Watson por seguir escuchando el discurso de su querido amigo Holmes. Como si no conociérais a nuestro querido Conan Doyle. Parece mentira!