¡Ya está aquí! ¡La última parte! Bueno, no, miento: falta un epílogo para redondear las cosas. Pero la narración del caso propiamente dicha termina hoy. Me explayaré un poco más después de la palabra Fin, porque la prioridad ahora es sacar a Holmes del apuro en que está metido. De modo que, sin más, vamos a ello.
Mi profesión no carece de riesgos, Watson. Usted lo sabe, puesto que ha compartido muchos conmigo, algunos de ellos ciertamente terribles. Pero raras veces he tenido un sobresalto mayor que cuando vi el arma de Saw apuntándome, no sólo por lo repentino del gesto, sino por el leve temblor que la animaba. Una mano firme empuñando un arma tiene sus propios terrores, pero un pulso alterado hace que la situación sea tan volátil que intentar razonar con el agresor puede ser contraproducente.
Me quedé inmóvil por completo, apretando el puño de mi bastón hasta hacerme daño en la mano, y sin saber muy bien qué hacer.
-No se mueva -dijo Saw. La voz le temblaba tanto o más que el pulso.
-No sea estúpido, Saw -dije fríamente.
-Que no sea estúpido… ¡Que no sea estúpido! ¿Quién es el estúpido, Holmes? ¿Quién está desarmado? Oh, ha sido usted muy listo hasta ahora. El viejo quiso ser tan listo como usted, ¿sabe? Me contó lo que usted dijo. Que el cuadro no encerraba ningún misterio. Quería saber si yo le había estado engañando.
Saw parecía cobrar fuerzas de su propia voz. Su mirada y su mano se hicieron más firmes. Yo me mantuve aparentemente inmóvil, pero dejé de apoyarme en el bastón.
-¡Si le había estado engañando! -siguió Saw con una carcajada-. ¡Casi tres meses le costó darse cuenta, y fue sólo porque llegó usted! Fernville era un cretino, y su sobrino no le andaba a la zaga. Si les hubiera dicho que era de noche cuando el sol brillaba fuera, lo hubieran creído. El recuerdo de su esposa muerta había sorbido el seso del viejo; veía su fantasma en todas partes. Parecía desear que el cuadro estuviera embrujado. Era el dinero más fácil que había ganado en mi vida, pero tuvo que llegar usted y estropearlo.
«Anoche aguanté que Fernville me gritara a la cara; aguanté que me tratara de ladrón y estafador, aguanté que me echara encima sus asquerosos escupitajos de viejo y que me dedicara toda clase de insultos.
«Entonces, de pronto, jadeó y se tambaleó, y yo… Le miré, miré mientras se ponía rojo, miré mientras alargaba la mano para apoyarse en mí. ¿Sabe qué? Sonreí. Yo había perdido mi fuente de ingresos, pero él no volvería a gritarme a la cara nunca más.»
Durante un instante Saw me miró con una sonrisa extendiéndose por su cara, la misma sonrisa que debió ver Fernville antes de morir. Las palabras surgieron de sus labios lenta y deliberadamente, con una especie de orgullo enfermizo que me provocó náuseas.
-Le empujé -dijo-. Le puse la mano en el pecho, le dejé ver lo que pretendía, casi me reí cuando vi la expresión en su cara. No hizo falta mucha fuerza; le empujé hacia atrás, así, y se golpeó la cabeza contra el mármol, y se quedó inmóvil. Le miré durante un instante; esperaba, no sé, que se levantara. Que el cuadro adoptara su rostro. Al fantasma de la mujer. Algo.
«Pero no pasó nada. No tuve miedo, ni antes, ni durante, ni después. Fue muy fácil.»
-De estafador a asesino -dije entonces. Saw abandonó su expresión soñadora y apacible; se abalanzó hacia mí y durante un instante pensé que iba a golpearme en lugar de dispararme, pero terminó agitando amenazadoramente la pistola bajo mi nariz.
-¡No se atreva a insultarme! -chilló, casi fuera de control-. Nadie va a insultarme nunca más. Ni usted, ni él.
Le miré en silencio un instante y decidí arriesgarme.
-La policía está aquí -dije con calma. Casi esperé la detonación del arma reventándome el pecho, pero durante un instante los ojos de Saw se abrieron con incredulidad, y luego se entrecerraron en súbita indecisión. Era lo que necesitaba, Watson; un instante de duda, un instante de confusión.
Lo aproveché. Mi bastón se abatió sobre el brazo que sostenía la pistola, mientras yo me apartaba a un lado tan rápidamente como pude. Sonó un crac, el arma se disparó, y sentí un fuerte tirón en el costado que me hizo trastabillar. Pero me recobré enseguida, con el bastón listo.
No hizo falta. Saw estaba en el suelo, aferrándose el brazo y gimiendo. La pistola, aún humeante, había caído a pocos pasos de él. La recogí de inmediato y le encañoné, jadeando un poco.
No ponga esa cara, Watson; no me había herido. La bala había atravesado un faldón de mi chaqueta, lamento decir que arruinándola para siempre. Saw tenía el brazo roto y se había derrumbado por completo; fue cosa de un instante avisar a la policía, y a partir de ahí todo ocurrió bastante rápido. Apenas había oscurecido cuando me encontré en la oficina de Lestrade en Scotland Yard, con el inspector mirando pensativo mi chaqueta destrozada.
-Bien, señor Holmes, por el modo en que balbuceaba hace un rato, no creo que nos cueste mucho sacar una confesión de ese tal Saw -dijo-. He mirado su ficha; tiene una lista de alias tan larga como mi brazo.
-Ya confesó ante mí antes -repliqué, cansado-, pero no creo que tenga dificultades en convencerle para que vuelva a hacerlo. Toda la frialdad que mostró después de asesinar a Fernville se derrumbó cuando se dio cuenta de que yo lo sabía; no resistirá un segundo interrogatorio.
-Bueno, bueno, lo veremos -dijo Lestrade-. Añadiremos también un cargo de intento de asesinato. Le fue de poco esta vez, señor Holmes.
-La pistola se disparó cuando le golpeé -expliqué, no por primera vez-. Admito que las intenciones de Saw hacia mi persona no eran precisamente saludables, pero no disparó para matarme, inspector.
-Aun así, aun así… Le fue de poco -repitió Lestrade. Aún parecía fascinado por mi chaqueta-. Un pájaro de cuenta, este Saw. ¿Y dice que todo lo hizo él?
-Fernville puso algo de su parte -dije secamente-. Fue él quien llamó a Saw por primera vez, y probablemente quien le dio la idea, aunque inconscientemente. Pero sí; la idea de alterar el rostro del cuadro, de inventarse falsos remedios, de hacer que Fernville dilapidara su fortuna… Todo fue cosa de Saw.
-Uno se pregunta por qué le mató, en ese caso. Al fin y al cabo, Fernville era la gallina de los huevos de oro.
-¿No ha escuchado nada de lo que le he dicho, Lestrade? Mi visita terminó con cualquier esperanza de seguir obteniendo dinero de Fernville, y cuando Saw se dio cuenta, bien… Ya sabe lo que pasó. No tenía intenciones homicidas cuando fue a la casa, pero aun así fue un asesinato a sangre fría, planeado y perpetrado en unos pocos segundos.
Súbitamente hastiado del caso, de Lestrade, y de Saw, me levanté y me dirigí hacia la puerta. Pero me detuve antes de salir.
-¿Sabe qué es lo más irónico de todo? -dije, con la mano en el picaporte-. Si Saw no hubiera dicho que le aflojó el cuello a Fernville, yo jamás hubiera podido probar lo que hizo. Si no hubiera hecho esfuerzos por encubrir su crimen, habría salido impune.
-Muchos criminales caen en ese error, señor Holmes.
-Un error que de nada les sirve a sus víctimas -suspiré. Lestrade no contestó, y salí del despacho, ansioso por volver a la paz de Baker Street y mitigar el regusto amargo que me habían dejado los últimos días.
Tranquilos; el epílogo servirá para contrarrestar este final algo anticlimático, entre otras cosas. Los Holmesianos más ardientes verán que el Holmes de esta parte es quizá el menos canónico, pero ya que falta tan poquito para terminar, me he concedido este pequeño capricho. Licencia poética y tal.
Plas, plas, plas
Plas, plas, plas
(diez minutos después)
Plas, plas, plas
P.D. ¿Para cuando un bis? 😉
Un magnífico Conan Doyle, para cuando nos regalas con un Dumas?
Excelente, Daurmith. Un verdadero placer leer una nueva aventura de Holmes. ¿Y una al estilo de Andrea Camilleri y su Montalbano? Sería estupendo. Gracias. (Espero el epílogo, ¡eh!).
Uf, genial, muchas gracias, Daurmith. Con regalos como este, me tendrás atontadita mucho tiempo, jejejeje. Los aplausos al final de verdad 😉