No, no hay interludio. Watson estaba demasiado inmerso en la narración como para pensar en interrumpir, especialmente viendo que el relato estaba en un punto en el que Holmes se había lanzado a un curso de acción determinado. Así que ahí los tenemos, cenando tranquilamente, mientras Holmes, entre bocado y bocado, sigue narrando el desarrollo del caso.
Si se quiere encontrar a alguien en Londres, Watson, se puede hacer mediante los recursos de Scotland Yard que Lestrade tiene a su diposición -y que tan mal usa-, o recurrir a otras vías, menos ortodoxas pero más efectivas, de las que yo puedo echar mano con mucha más facilidad. Mi visita a la oficina de correos tenía como objetivo poner algunos telegramas que acabarían en breve plazo en manos de gente tan familiarizada con los bajos fondos de Londres que para ellos encontrar a Saw, se escondiera bajo el alias que se escondiera, sería juego de niños. Por supuesto, me refiero a los Irregulares de Baker Street.
Mi necesidad de acción en esos momentos era grande. No soy hombre que guste de sentarse a esperar acontecimientos, y estaba convencido de que el tiempo era, en este caso, esencial. Tuviera o no algo que ver con la muerte de Fernville, Saw debía saber a estas alturas de mi visita del día anterior; las probabilidades de que estuviera escapando o a punto de hacerlo eran altas, y yo no podía hacer más que enviar una descripción de Saw que obtuve de Smythe, confiar enlos recursos de los bajos fondos, y esperar. De modo que volví a Baker Street y esperé.
Poco después de mediodía, nuestras habitaciones estaban saturadas del humo del tabaco que me había fumado, y de mi impaciencia y creciente malhumor. Me temo que fui bastante seco con la señora Hudson cuando vino a preguntarme si quería comer algo, aunque el cielo sabe que a estas alturas nuestra excelente patrona debe estar más que acostumbrada a mi carácter.
Por eso, cuando llamaron a la puerta, salté de mi asiento con una exclamación de alegría y la abrí de golpe, para encontrarme con la cara sobresaltada y surcada de venillas de Pinky Dobbs, al que no di tiempo ni a saludar antes de hacerle entrar, sentarle en un sillón y anticiparme a su petición de «algo para mojar el gaznate». Pinky es un buen tipo, dentro de lo que cabe; su especialidad es pasar bienes robados, y está al corriente de todos los falsificadores y ladrones del East End. Era uno de los tres hombres que esperaba que me trajeran noticias fiables.
-No le diré que fue fácil, señor Holmes -me dijo, tras una descripción complicada y espuria de sus hazañas como sabueso por los peores barrios de Londres-, no le diré que fue fácil, no señor. Es escurridizo, su hombre, el doble de listo que de feo, y la mitad de confiado que de sincero. Estuvo en Londres hace unos años bajo el nombre de Eddie Stallman, forrándose vendiendo falsificaciones de arte, dicen. Tuvo que salir por pies porque la poli iba tras él, pero se ve que volvió hace medio año, y se estableció en el East End. Tampoco le diré que lo vaya a encontrar, la verdad. Wilkins y Davies están vigilando, pero vimos mucho movimiento de cajas y de paquetes. Si quiere que le diga lo que pienso…
-No quiero que me digas lo que piensas, Pinky -dije abruptamente, colmada la poca paciencia que me quedaba-. Quiero menos charla y una dirección.
-Fordham Street, número tres, señor Holmes, no me mire así… ¡Eh!
Cogí mi abrigo y me lancé escaleras abajo antes de que Pinky se levantara de su asiento. Un hansom me llevó hasta el East End, y me encontré en Fordham Street, contemplando el edificio de ladrillo ennegrecido donde se suponía encontraría a mi presa.
Allí estaba Wilkins, que al verme dio un respingo y miró a todas partes como si esperara ver aparecer a todo Scotland Yard. Le tranquilicé al respecto y le pregunté si Saw seguía en la casa.
-Sí sigue, señor Holmes, en el primer piso lo tiene -replicó, para mi alivio-. Pero le diré, para mí que no hará noche ahí. Le ha entrado una prisa tremenda, de repente.
-Está bien, Wilkins. Gracias -le alargué un chelín-. Puedes irte ya.
Optando por la vía directa, subí las húmedas y oscuras escaleras y llamé a la puerta. El mismo Saw la abrió; detrás suyo se veía una habitación en la que los únicos muebles eran cajas de embalaje, paquetes y algunas bolsas.
-Señor Saw -dije, empujando negligentemente la puerta con mi bastón. Durante un instante Saw parpadeó confuso, pero luego su expresión cambió a una de alarma.
-Usted… ¡Usted es Sherlock Holmes! -exclamó.
-Bien observado -dije con sequedad-. ¿Se marcha?
Le diré una cosa, Watson: Saw me sorprendió. Como mínimo, era un timador, un hombre sin escrúpulos que había usado la superstición de un viejo para sacarle todo el dinero posible. Esperaba de él precisamente lo que estaba haciendo: huir. Lo que no esperaba es que, tras la primera reacción de sorpresa, me franqueara el paso y se dirigiera a mí con bastante tranquilidad.
-Sí, ya ve. He terminado con unos asuntos que me trajeron aquí. ¿A qué debo el honor de su visita?
-Amos Fernville, a quien usted conoce, murió anoche -dije. Saw pareció sorprendido.
-¿De veras? Lo lamento mucho; tenía una relación profesional con él. Una lástima, aunque claro, era muy anciano, y su salud no era muy buena. ¿Conocía usted a la familia?
-Señor Saw, voy a dejarme de rodeos con la esperanza de que usted haga lo mismo: estuvo usted con él anoche.
-¿De veras, señor Holmes? ¿Estuve allí? -replicó él con insolencia-. ¿Y usted también estaba, imagino, y nos vio?
-No, no estuve. Pero sé que estuvo. Sé que Fernville le llamó anoche. Sé que usted acudió, sé que discutieron. Sé lo que ha estado haciendo con el cuadro, Saw.
-No he estado haciendo nada -fue la tranquila respuesta-. El cuadro fue vendido legalmente. Tengo en mi poder el recibo que lo demuestra, si desea verlo.
-No pongo en duda que la venta fue legítima. Pero ha estado usted estafando a Fernville con el asunto del rostro misterioso que se supone aparecía en el cuadro, Saw.
-Señor Holmes, señor Holmes -dijo Saw con una carcajada-. ¿Estafando? No hay necesidad de usar una palabra tan fea. Yo intentaba, en todo caso, ayudar al pobre caballero con su problema.
-Un problema que usted creó. No soy estúpido, Saw; de modo que no me tome por tal. Los cambios en el rostro son obra suya, y también es usted responsable de la pérdida de la fortuna de Fernville con sus requerimientos de remedios tan caros como inútiles. Puedo demostrar que usted alteró químicamente el barniz del cuadro para que el rostro aparentara cambiar. Es muy probable que Fernville le llamara anoche para acusarle de tal hecho. Quizá mi visita le provocó un atisbo de duda sobre la realidad de la pesadilla sobrenatural en la que creía estar inmerso; no puedo saberlo con seguridad.
«Lo que sí sé es que usted fue a la casa cuando el resto de la familia ya se había acostado. La visita empezó con normalidad, como las anteriores; aceptó usted los cigarros que Fernville le ofreció, fumaron mientras hablaban. En algún punto de la velada, Fernville abandonó la estancia. Usted aprovechó ese momento para intentar cambiar el rostro de nuevo, quizá con la idea de disipar las sospechas del anciano; pero Fernville volvió antes de lo previsto y le atrapó. La discusión se volvió agitada.
«Ignoro si Fernville estaba vivo cuando usted salió de la casa, Saw. Pero sé que es usted un estafador y que, indirectamente, tuvo algo que ver con su muerte. Su marcha precipitada de aquí no ayuda si quiere usted aparentar inocencia, y su pasado como vendedor de falsificaciones tampoco.»
Durante la pausa que siguió vi endurecerse los rasgos de Saw, y durante un instante lamenté haber ido solo y desarmado. Aferré el bastón con más fuerza. Pero Saw acabó sonriendo por un lado de la boca, y rió entre dientes.
-Ya veo, señor Holmes, ya veo. La otra vez que vine a esta ciudad infecta sólo tenía que preocuparme por la policía, pero se ve que sus capacidades están a la altura de lo que se cuenta de usted.
«Ya que quiere saberlo, sí, estuve con él anoche. No quería guardarlo en secreto, pero visto que el viejo murió, y como usted dice, teniendo en cuenta mi pasado, pensé que sería mejor una salida de escena discreta.»
-¿Le mató usted?
-¡Cielos, no! Lo que dice es cierto; jugué un poco con esas manchas de barniz, y el viejo hizo el resto. Yo sólo tuve que darle algún empujoncillo de vez en cuando, pero en realidad fue él mismo. Veía cambios en el rostro incluso cuando yo no había hecho nada; él me confesó la historia con su mujer, y casi me rogaba que aceptara su dinero. Me inventé los rituales, y me embolsé el dinero. ¿Qué podía hacer? Era demasiado fácil; prácticamente le estaba haciendo un favor. Tendría que haber visto lo patéticamente agradecido que se mostraba cuando yo mascullaba algunas tonterías en egipcio inventado. Pedía a gritos que se le estafara.
«No debió inmiscuirse, señor Holmes; Fernville estaba muy contento con su pequeño trozo de infierno en la tierra y su ilusión de que mis manipulaciones hacían algo para ayudarle. Pero llegó usted y Fernville empezó a dudar. Es verdad: me telegrafió esa misma tarde, ordenándome que fuera a su casa, y me habló de su visita.
«Las cosas fueron más o menos como usted ha dicho; el viejo se ausentó un momento y yo pensé que un buen susto ayudaría a que se olvidara de ideas de fraudes y timos, de modo que empecé a trastear con el disolvente que había mezclado para estos casos y que siempre llevaba conmigo cuando iba a esa casa. Pero Fernville me sorprendió; se me ocurre ahora que quizá se ausentó adrede, para ver si podía sorprenderme. Pues bien, me sorprendió.
«Se puso furioso, me acusó de toda clase de cosas, llegó incluso a invocar al espíritu de su esposa muerta para que me fulminara. En vez de eso se le contrajo la cara y cayó al suelo.
«Bueno, imagine mi susto, señor Holmes; no esperaba que tuviera un ataque delante de mí, entiéndalo. Nunca le quise mal, especialmente sabiendo que era un patrón tan generoso con su dinero. Intenté reanimarle con todos los medios a mi alcance, le aflojé el cuello, le di aire… Pero no había nada que hacer; estaba muerto.
«Entonces me asusté. Mi hoja de servicios no es lo que se dice inmaculada; mi presencia en la casa sería incómoda de explicar, sobre todo para mí. Ya no podía hacer nada por él, y la familia lo encontraría por la mañana… Así que me fui.
«Puede usted llamarme estafador, y puede acusarme de irreverencia con los muertos, señor Holmes. Pero no puede llamarme asesino. Yo no maté a Fernville. Si quiere llamar a la policía, adelante; pero no he hecho daño a nadie. Si alguien hizo daño a ese viejo, fue usted. Usted, haciéndole dudar y enfrentándole a una realidad que él no quería aceptar. Si no se hubiera inmiscuído, Fernville seguiría probablemente vivo.»
Saw se cruzó de brazos y me miró con arrogancia. Yo le sostuve la mirada un largo instante. Estaba indeciso, Watson. Por un lado, Saw no parecía violento, ni especialmente dispuesto a escapar. Por otro lado, yo no podía permitir que saliera de aquella habitación. Porque, verá, mientras Saw hablaba, yo supe con absoluta certeza que había asesinado a Fernville.
¿Con absoluta certeza? Ummmm, tendré que repasar los hechos.
¿Como estaba el cadáver cuando lo encontraron? ¿Tenía señales de que alguien le había aflojado el cuello o no?
¿Para cuándo la continuación? Que nos tienes en ascuas.
Para esta misma noche, peke… Y me muerdo la lengua para no decir más.
Espero con impaciencia el desenlace, pero mientras me corroe una duda…
Cuando entró Holmes y vio a Saw, le dijo lo siguiente ?
«MIISTERR SAWWWW, WELCOMEEE BACK»
O no llegaron a fostiarse en la calle ?
Ta’ luegooorrr…
Esto no está bien, nos los endosas de dos en dos… y siempre acabo en ascuas! voooy a por el siguiente.
(¿Mentía? qué mala detective sería…)
Ains… esto me pasa por leer rápido, si me fijara más, la descripción del cadáver de la parte 6 era más que suficiente prueba de que mentía. Lo dicho, así no voy a ninguna parte 😉
nene no entendi nada