Esta abeja se moría lentamente, a latidos, en mitad del girasol. Quizá era vieja ya, y sencillamente le fallaron las fuerzas cuando quiso despegar tras el hartazgo de polen amarillo. Quizá lo que ocurrió es que no pudo con tanta abundancia y se le rompió el corazón en su afán por recoger alimento que llevar a su reina. El caso es que estaba allí, quieta, sobredorada de polen, con sólo el abdomen achocolatado bombeando levemente como signo de la poca vida que le quedaba. Rompía la simetría matemática del girasol con tanta elegancia que le hice una foto. Luego me fui; hay muertes demasiado felices para modificarlas.
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