Me ha pasado un amigo (gracias, resalao, ya te lo pagaré un día de estos, pero a la siciliana) un artículo, digamos… pelín incorrecto. Y lo digo hoy porque si lo digo el 28 de diciembre se aplica la ley de Poe y nadie se cree que alguien pueda escribir todo esto sin tener, al menos, cierto cachondeo latente. Y también porque me ha costado algunos días reunir las ganas de enfrentarme al artículo en cuestión. No por nada, sino porque el autor tiene un serio cacao mental. ¿Lo vemos? Veámoslo.

El artículo se llama «Darwin cumple 200 años», y es probablemente la afirmación menos discutible que contiene. Empieza de aquesta guisa:

El siglo XX se puede entender, en el mundo occidental, como el intento
persistente de cuatro cosmovisiones laicas por llenar el enorme vacío
de la muerte de Dios.

Usted mismo. Otros lo ven de otras maneras, supongo. Pero acto seguido don José Ramón Ayllón, padre de la criatura, nos enumera las cuatro «cosmovisiones laicas»:

el positivismo, el marxismo, el psicoanálisis y el evolucionismo, todos ellos con pretensión de totalidad, de presentar un cuadro completo del hombre en el mundo.

Los otros tres no sé. Pero uno de ellos, al menos, no es una cosmovisión. Es una teoría científica. Y no tiene pretensión alguna de totalidad, ni de «presentar un cuadro completo del hombre en el mundo». Y el señor Ayllón lo llamará «evolucionismo» si le parece, pero aquí lo llamaremos «teoría de la evolución», que es más correcto. En todo caso, la teoría de la evolución no quiere presentar un cuadro completo del hombre en el mundo, sino ofrecer un posible mecanismo para explicar la biodiversidad de nuestro planeta. Que no es la misma cosa.

Sigue don José Ramón:

En 2009 se cumplen 200 años del nacimiento de Darwin y 150 de la
publicación del libro que pone en marcha la cosmovisión evolucionista:
El origen de las especies mediante la selección natural.

Nada que objetar a las cifras, mucho que objetar a que la aparición de On the Origin of Species ponga en marcha cosmovisión alguna. O al menos no voluntariamente. Las implicaciones de la publicación de Darwin sí pueden entenderse como una incursión en la cosmovisión del hombre, o como quieran llamarlo, pero no como el autor del artículo parece querer dar a entender. La idea de Darwin no era, al escribir su libro, poner en marcha una nueva cosmovisión; era, sencillamente, explicar largos años de reflexiones en forma de una teoría científica muy bien razonada y documentada.

Esto era sólo el resumen inicial, y ya augura poco bueno. Ahora entramos en el artículo tal cual.

1. Darwin y la selección natural.

La ciencia avanza cuando un amplio conjunto de hechos puede ser reducido a leyes integradoras.

Vale.

Lo propio de la Biología es encontrar principios que den razón de la
pluralidad aparentemente heterogénea de los organismos vivientes.

Vale. Más o menos. La «pluralidad aparentemente heterogénea» suena un poco raro, pero vaya.

Desde Darwin, la teoría de la evolución representa el más persistente intento de explicación de esa pluralidad.

Aquí ya empieza a notarse cierto uso selectivo de los adjetivos. «Persistente» no es la mejor descripción de la teoría de la evolución; es correcta, pero incompleta. Adjetivos más adecuados serían «acertado» o «ajustado» o «exitoso», todos los cuales implican también su persistencia. El hecho de que se describa como «persistente» sin entrar a valorar su éxito es un poco equívoco. Quiero pensar que sin mala intención por parte del señor Ayllón.

Sigue luego el artículo esbozando muy superficialmente el concepto Lamarckiano de herencia de los caracteres adquiridos. Quien esté interesado puede darse un paseo por la página que El Rincón del Vago dedica al asunto, pero no es crucial para lo que nos ocupa. Sigue luego el artículo explicando que Darwin mezcló el Lamarckismo con las ideas de Malthus y ¡fumba!, le salió su teoría. Así, según el artículo:

Darwin vió que en todos los seres vivos se da una lucha por la vida, y
supuso que la supervivencia del más fuerte daba lugar a una selección
natural que conservaba y transmitía las variaciones favorables,
produciendo especies cada vez mejor adaptadas al medio ambiente. Darwin
afirmó, en concreto, que todos los seres vivos descienden de unos pocos
antepasados comunes, y que la selección natural es el motor de los
prodigiosos cambios que nos llevan desde la bacteria microscópica a la
especie capaz de componer la música de Mozart.

Como resumen, los hay mejores. Y peores, imagino, pero aquí la cosa es que el autor del artículo cae en el error más gordo en el que se cae cuando se habla de Darwin, y es el uso de la expresión «supervivencia del más fuerte». Ni siquiera en sus inicios la teoría de la evolución tenía ese tono tan, bueno, Spenceriano. La frase fue usada por Darwin metafóricamente, como otra manera de referirse a la selección natural (que no implica la supervivencia del más fuerte como tal, sino la reproducción diferencial de los genotipos, frase bastante más correcta de la Teoría Sintética de la Evolución, pero no nos perdamos en tecnicismos). Nada hay de malo en utilizar la frase, si se conoce el contexto y se aplica como se debe aplicar. Pero este no es el caso del autor del artículo. Véase, si no, en la siguiente frase:

El primer problema de esta hipótesis es que jamás hemos observado un
salto de especie, y la ciencia necesita que las demostraciones
confirmen las suposiciones.

Pues no. Argh. Hay tantos errores en tan pocas palabras que no sé por dónde empezar. Lo de que «jamás hemos observado un salto de especie» es ya muy delator: es una frase troquelada, propia de todo creacionista que en el mundo ha sido, y denota una ignorancia supina de:

· El concepto de especie,

· el concepto de observación,

· qué quiere decir «salto», y

· qué quiere decir «jamás».

Vamos, que lo único que se salva es el artículo y la preposición. A ver cómo lo explico brevemente sin trivializar demasiado.

Las especies no son compartimentos estancos; son poblaciones de individuos que pueden cruzarse entre sí y producir descendencia fértil, y eso no es inamovible. El que nosotros consideremos dos bichos como especies diferentes y les demos nombres diferentes no quiere decir que esos dos bichos no tengan, o hayan tenido (evolutivamente hablando) relación alguna. El fenómeno de especiación puede darse de muchas maneras; la más conocida y probablemente la más frecuente es el aislamiento reproductivo: parte de una especie queda aislada del resto, y a lo largo de las generaciones va evolucionando de manera que si, al cabo del tiempo, las dos poblaciones se vuelven a juntar, ya no pueden reproducirse entre sí. Esto se ha observado en poblaciones de mosca de la fruta, mosquitos, y sapos. Y más que me dejaré. «Saltos» de especie se observan, o se infieren, todo el rato, tanto mirando el ADN como al bicho o planta en cue
stión, y muchas veces hasta los fósiles.

De paso, y en un aparte: quien haya reflexionado un poco sobre otro querido eslógan creacionista, el de las «especies intermedias», se dará cuenta de que si entre la especie A y la especie B hay un «hueco», y entonces se encuentran evidencias de una especie, A1, de transición entre A y B que llenaría el temido hueco… esa aparición genera inmediatamente dos «huecos» más, a izquierda y derecha de A1, y así ad infinitum. De modo que no me vengan con huecos, que ese problema ya se discute bastante en las paradojas de Zenón.

¿Y lo de que la ciencia necesita que «las demostraciones confirmen las suposiciones»? Correcto, sí. Es una expresión bastante torpe del método científico, que busca siempre que los resultados experimentales corroboren o refuten la hipótesis de trabajo. El problema es que el autor de este… texto… implica en esa frase que la única manera de «confirmar» esas «suposiciones» es observar, en tiempo real, para la percepción humana, un «cambio de especie». Que me explique cómo se observa eso según él. Según yo, la especiación está la mar de observada. Se observa de manera indirecta, pero tremendamente eficaz, gracias a estudios de paleontología, biología molecular, bioquímica, fisiología, anatomía, taxonomía, física, y hasta matemáticas. Quizá la corroboración sea un poco más sutil de lo que don José Ramón espera, pero nadie dijo que la ciencia fuera obvia; sí se le exige que tenga un grado comprobable de certeza, independientemente de las expectativas del experimentador. Y las expectativas de don José Ramón son bastante impermeables, por lo que se ve, a la realidad.

Esto ha sido sólo una frase del primer apartado, y ya da una idea del nivel de entendimiento que el autor tiene de la teoría de la evolución. Acto seguido, pasa a demostrar claramente su ignorancia, (confirmando con ello, de paso, mi suposición):

Además, la selección natural no introduce novedades, pues opera sobre lo que previamente ha sufrido una mutación.

Esta frase y la anterior son dos lugares comunes de la retórica creacionista, que se suelen soltar seguidas y sin respirar con la esperanza de dejar clavado en el sitio al malvado evolucionista (que no sé quién es).

Pero para eso es necesario saber de qué se habla. ¿Introducir novedades? ¿Operar sobre lo que ha sufrido una mutación? ¿Sabe el autor lo que es una mutación y cómo se generan, y los tipos que hay? Su rápido paso por esta frase, en la que no se detiene y que no se molesta en detallar, delata que no, que se limita a repetir alguna consigna oída a alguien, sin entenderla. Porque, veamos: ¿la selección natural opera sobre lo que previamente ha sufrido una mutación? Pues sí, aunque no sólo hace eso. Pero es que la mutación es, lo dice la palabra, una novedad, un cambio, una variación respecto a lo que existía. Y se olvida también el autor del artículo de la influencia del entorno. Y de los polimorfismos, que son, también, mutaciones. Y de la competencia intraespecífica, muy importante para todo esto. Y de muchas cosas.

En realidad no, no se olvida; es que nunca supo que tales cosas existían. Para poder criticar, como él pretende, la teoría de la evolución, un requisito mínimo e indispensable es conocerla. Y José Ramón Ayllón, sencillamente, no la conoce. Ya se sabe lo que se dice del atrevimiento y la ignorancia.

En este punto yo lo dejo, de momento, porque ya he vadeado lo bastante en este lodazal de ignorancia voluntaria. Me gustaría lanzar un pequeño desafío a otros blogs amigos que se interesen por estos temas para que echen un vistazo al resto del artículo y vean si les inspira para comentar algo. Os dejo el siguiente párrafo como muestra, y si el Paleofreak o BioMaxi no dicen nada, habré de suponer que están de vacaciones, o muertos:

Darwin expuso sus teorías en El origen de las especies (1859) y en La
descendencia del hombre (1871). Aunque Mendel había descubierto las
leyes de la transmisión hereditaria en 1865, el mundo no conoció esa
revolución científica hasta 1900. Por ese retraso, Darwin murió sin
sospechar que los caracteres adquiridos no se incorporan al patrimonio
genético y, por tanto, no se transmiten por herencia. Aquí radica el
tercer punto débil del darwinismo. Sin embargo, un buen ejemplo puede
hacer creíble cualquier error, y perpetuarlo indefinidamente entre el
gran público. En el ejemplo evolucionista más clásico se afirma que la
jirafa tiene el cuello tan largo porque prosperaron solamente las que
pudieron alcanzar el alimento de las ramas altas. El inconveniente de
esta explicación es que no han aparecido restos fósiles de jirafas en
vías de desarrollo, puesto que son iguales desde su aparición, hace dos
millones de años. Además, las crías de jirafa se hacen grandes
alimentándose de las hojas bajas, y las hembras, que miden un metro
menos que los machos, tampoco tienen problemas de comida y de
supervivencia.

Hale, ahí queda eso. Dejo como ejercicio al lector lego pero interesado encontrar las falacias del resto del artículo. Haylas, y muchas. Quizá vuelva sobre él, otro rato que me sienta masoca.

Ya dije, hace tiempo, que vendrían. Bueno, pues ya están aquí. Feliz año de Darwin, colegas: ahí los tenéis, bailadlos.