BrettLa mejor adaptación de Sherlock Holmes a la pantalla es la de Granada TV. Esto es, por así decir, un axioma. Indiscutible.
Descubrí la serie por casualidad, una noche de insomnio. Como todas las buenas series, esta la pasaban por la cadena autonómica, los domingos a la una y media de la mañana o alguna hora igualmente horripilante. Fue ver un fotograma, uno solo, de Holmes encogido en su silla con el batín color ratón, y saber que había dado con una veta de excelencia.
No me equivoqué. La serie, que adaptaba las historias breves de Sherlock Holmes y empezaba, adecuadamente, con «Un escándalo en Bohemia», sólo fue mejorando con los episodios. Las libertades -a veces necesarias, a veces no- que se tomaban los guionistas respecto al texto original eran, en el peor de los casos, inofensivas, y en el mejor, enriquecedoras. La ambientación era perfecta, el cariño demostrado hacia el texto original, reconfortante. La música de Patrick Gower, maravillosa, sobre todo la sintonía inicial y los solos de violín, tan raros y complejos como el personaje original.
Y el mayor acierto de la serie, sin duda alguna, fue Jeremy Brett. Que sea buen actor, en un país de buenos actores, no sorprende mucho. Que tomara al personaje escrito por Conan Doyle y lo sacara de la ciénaga plana y perfectoide en la que lo había hundido Hollywood, fue un favor inmenso a todos los que gozamos con las historias del detective.
Cushing, Caine, Plummer, Rathbone, muchísimas estrellas de Hollywood se han calado el espantoso y no-canónico gorrito de cazador de ciervos y han mordido la meerschaum en una u otra ocasión. Sus Holmes han sido buenos, entretenidos, heroicos, tontainas, estirados o directamente imposibles. Pero jamás fieles.
Jeremy Brett, y los guionistas de Granada TV, terminaron con esto. Nos mostraron al Holmes neurótico, hiperactivo, egoísta, drogadicto, mercurial, delicado, brillante, mordaz e irritante de las historias de Doyle. Y aunque los guionistas tienen mucho que ver en esto, el mérito principal es de Jeremy Brett, que supo actuar con cada centímetro de su cuerpo, y que tomó al personaje por el cuello y lo sacó a la pantalla en toda su gloria de genio complejo, cargante y asombroso. Brett, que siendo zurdo pone un cuidado exquisito en actuar como un hombre diestro, porque Holmes lo era. Que aprendió a fumar en pipa correctamente. Que tomó todos y cada uno de los manierismos descritos por Doyle y los hizo suyos. Que con un silencio, una mirada, el leve contraer de un párpado o un rápido giro de cabeza era capaz de decir más cosas, y mejor, que todas las ñoñas películas de Basil Rathbone y Nigel Bruce. Juntas.
En esas madrugadas de domingo, cuando me encandilaba con cada episodio y daba -suaves- palmaditas de gozo al reconocer algún diálogo de las historias o algún fotograma calcadito a las preciosas aguadas de Sidney Paget, veía la versión doblada. Era un doblaje excelente, recuerdo; el actor tenía un timbre nasal, metálico, que podía ser muy irritante o exquisitamente británico según la situación lo requiriese. No me hagáis mucho caso pero creo que es el mismo actor que ponía la voz al Inspector Fix en Las Aventuras de Willy Fog.
Poco, muy poco después, con ocasión de un cursillo en Inglaterra, pude ver algunos episodios en versión original. Y ahí fue donde Jeremy Brett se llevó por completo mi corazón. Si ver los episodios doblados ya me había demostrado que es posible una adaptación a la vez fiel y eficaz, ver los episodios en versión original me demostró el poder increíble de la voz humana, usada por un actor que sabe usarla.
El registro tonal de Brett iba desde un ronroneo subsónico de leopardo hasta un aullido rasposo de banshee, y era capaz de pasar de uno a otro sin transición, creando un tapiz auditivo que complementaba perfectamente al personaje. Hablando con extraordinaria rapidez, casi farfullando, pero lanzando cada palabra como una flecha con la inflexión justa, el Holmes de Brett pasaba de la exaltación nerviosa a la dejadez depresiva en un segundo, con su cuerpo respondiendo de igual manera, con transiciones casi ferales. Esos grandes ojos verdes, cansados, se cerraban como losas mientras el cliente contaba su caso, y de golpe se abrían con el impacto de un faro y la voz, esa voz que parecía funcionar en acordes, decía «That is of extraordinary importance», cinco palabras en las que se mezclaban una suave pereza nocturna, un retumbar subterráneo de pensamientos no articulados, la excitación contenida de la caza a punto de empezar, y una leve, levísima, perfecta, nota de desdén hacia la piltrafa humana que se sienta frente a él en la salita de Baker Street y le cuenta unas cuitas que para Holmes no tienen importancia alguna ante la perspectiva de un problema que le saque de su apatía y le mantenga apartado de la jeringa con la solución de cocaína al siete por ciento.
La voz de Jeremy Brett se convirtió casi en un personaje más, independiente. Los directores se dieron cuenta, y más de una vez enviaron a Holmes a su cuarto a cambiarse de chaqueta mientras su voz daba saltos y espasmos y ondulaba de vuelta a la salita explicando algo al excelente Doctor Watson (reivindicado del injustísimo papel de tonto al que Hollywood le relegó gracias a la labor maravillosa de los dos actores que le dieron vida, nunca mejor dicho, en la serie: David Burke y Edward Hardwicke). Esa voz gritaba en tono imperioso, pidiendo agua caliente a la señora Hudson (Rosalie Williams, deliciosa), o comentando el caso, o despotricando contra Scotland Yard. Esa voz era un ronroneo de tigre soñoliento cuando animaba a alguna cliente a contar su problema, y un rugido de tigre furioso cuando no podía encontrar el compartimento secreto en «La Segunda Mancha». Era una voz llena de facetas, tan extraña, molesta y maravillosa como el personaje al que vistió, y se la debemos a Jeremy Brett.
Brett murió en 1995; la muerte le rondaba hacía ya tiempo, y se veía en los últimos episodios de la serie. Una muerte pálida, fofa, hinchada, ribeteada de locura y de una tristeza inmensa. Destellos de lo que fue podían verse todavía hacia el final de la serie, en la luz de los ojos verdes, ribeteados de rojo, en el pliegue sardónico de la boca tan expresiva. Y en la voz. Siempre en la voz, cuya salvaje energía estaba sujeta al control férreo de un actor extraordinario.
Thank you, Mr. Brett. Thank you very much.