Mi héroeHace poco volví a ver, no sin cierta desazón, un episodio de McGyver. Fue por casualidad, y lo vi ya empezado, y supe enseguida que era McGyver aunque en la escena sólo salían unas manos hábiles retorciendo unos alambres. Reconocí esas manos como si fueran la cara del propio actor.
Me encantaba McGyver. No era sólo que yo estuviera en la edad de encantarme casi cualquier serie de acción; era que la premisa de la serie, un héroe que no usaba pistola y que prefería trucos de física aplicada para salir de los atolladeros en los que se metía, me resultaba increíblemente atractiva. En el episodio que vi recientemente, McGyver declaraba que odiaba las pistolas, y me chocó lo rara que sonaba esa frase. Ahora sé que es porque hace mucho tiempo que esa frase ya no forma parte del léxico habitual de la televisión estadounidense.
Aparte de sus normales y esperables defectos ochenteros, la serie, según vi con deleite, aguanta bien el paso del tiempo. Y allí estaban esos planos de esas manos maravillosas, fuertes, seguras, uniendo y retorciendo y pegando y creando cualquier tipo extraño de explosivo o mezcla gaseosa o adminículo de alambre y papel de aluminio para ganar al malo sin hacerle mucho daño. Me reencontré con esa navajita suiza de mango rojo con la que McGyver podía desde crear un equipo de soldadura autógena hasta sacar agua de las piedras, mientras su voz en off explicaba brevemente qué era lo que estaba haciendo. Gracias a esa serie me preocupé de enterarme de por qué porras una mezcla de vinagre y bicarbonato generaba una nube de humo (mis clases del colegio no me aclararon nunca nada a ese respecto). También fue una pequeña iniciación al pensamiento crítico, porque algunas cosas eran un tanto difíciles de tragar: ¿es verdad que se puede obturar una fuga en un tanque de ácido con chocolate? ¿Se puede sustituir el ácido de una batería por vino? ¿Puede arder el metal? Era casi más divertido buscar las respuestas que ver la serie. Sobre todo cuando en la serie había algún episodio menos inspirado, que los había; no debía ser nada fácil encontrar una salida ingeniosa para cada problema en cada episodio de la serie.
Las manos de McGyver hacían que todo pareciera fácil, ya fuera cortar, pegar, moldear o reajustar. Eran una fuerza del bien y a la vez un personaje en sí mismas; yo atesoraba esos planos en los que, con la voz en off de Richard Dean Anderson como fondo, las manos de McGyver se movían con seguridad y precisión, manchadas de grasa y polvo, rápidas, hermosas, creando el truco que sacaría a su dueño y a la chica de turno del apuro. Mejores que cualquier pistola.